"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Diálogo de las cosas acaecidas en Roma - Alfonso de Valdés

Diálogo de las cosas acaecidas en Roma Alfonso de Valdés Obra reproducida sin responsabilidad editorial Advertencia de Luarna Ediciones Este es un libro de dominio público en tanto que los derechos de autor, según la legislación española han caducado. Luarna lo presenta aquí como un obsequio a sus clientes, dejando claro que: 1) La edición no está supervisada por nuestro departamento editorial, de forma que no nos responsabilizamos de la fidelidad del contenido del mismo. 2) Luarna sólo ha adaptado la obra para que pueda ser fácilmente visible en los habituales readers de seis pulgadas. 3) A todos los efectos no debe considerarse como un libro editado por Luarna. Al lector Es tan grande la ceguedad en que por la mayor parte está hoy el mundo puesto, que no me maravillo de los falsos juicios que el vulgo hace sobre lo que nuevamente ha en Roma acaecido, porque como piensan la religión consistir solamente en estas cosas exteriores, viéndolas así maltractar, paréceles que enteramente va perdida la fe. Y a la verdad, ansí como no puedo dejar de loar la santa afición con quel vulgo a esto se mueve, así no me puede parecer bien el silencio que tienen los que lo debrían desengañar. Viendo, pues, yo por una parte cuán perjudicial sería primeramente a la gloria de Dios y después a la salud de su pueblo cristiano y también a la honra deste cristianísimo Rey y Emperador que Dios nos ha dado si esta cosa así quedase solapada, más con simplicidad y entrañable amor que con loca arrogancia, me atreví a complir con este pequeño servicio las tres cosas principales a que los hombres son obligados. No dejaba de conocer ser la materia más ardua y alta que la medida de mis fuerzas, pero también conocía que donde hay buena intención, Jesucristo alumbra el entendimiento y suple con su gracia lo que faltan las fuerzas y ciencia por humano ingenio alcanzada. También se me representaban los falsos juicios que supersticiosos y fariseos sobre esto han de hacer, pero ténganse por dicho que yo no escribo a ellos, sino a verdaderos cristianos y amadores de Jesucristo. También veía las contrariedades del vulgo, que está tan asido a las cosas visibles que casi tiene por burla las invisibles; pero acordéme que no escribía a gentiles, sino a cristianos, cuya perfición es distraerse de las cosas visibles y amar las invisibles. Acordéme que no escribía a gente bruta, sino a españoles, cuyos ingenios no hay cosa tan ardua que fácilmente no puedan alcanzar. Y pues que mi deseo es el que mis palabras manifiestan, fácilmente me persuado poder de todos los discretos y no fingidos cristianos alcanzar que si alguna falta en este Diálogo hallaren, interpretándolo a la mejor parte, echen la culpa a mi ignorancia y no presuman de creer que en ella intervenga malicia, pues en todo me someto a la corrección y juicio de la santa Iglesia, la cual confieso por madre. Argumento Un caballero mancebo de la corte del Emperador llamado Latancio topó en la plaza de Valladolid con un arcidiano que venía de Roma en hábito de soldado, y entrando en Sanct Francisco, hablan sobre las cosas en Roma acaecidas. En la primera parte, muestra Latancio al Arcidiano cómo el Emperador ninguna culpa en ello tiene, y en la segunda cómo todo lo ha permitido Dios por el bien de la cristiandad. Primera parte LATANCIO. ARCIDIANO. LATANCIO ¡Válame Dios! ¿Es aquél el Arcidiano del Viso, el mayor amigo que yo tenía en Roma? Parécele cosa estraña, aunque no en el hábito. Debe ser algún hermano suyo. No quiero pasar sin hablarle, sea quien fuere.-Decí, gentil hombre, ¿sois hermano del Arcidiano del Viso? ARCIDIANO ¡Cómo, señor Latancio!, ¿tan presto me habéis desconocido? Bien parece que la fortuna muda presto el conoscimiento. LATANCIO ¿Qué me decís? Luego ¿vos sois el mesmo Arcidiano? ARCIDIANO Sí, señor, a vuestro servicio. LATANCIO ¿Quién os pudiera conocer de la manera que venís? Solíades traer vuestras ropas, unas más luengas que otras, arrastrando por el suelo, vuestro bonete y hábito eclesiástico, vuestros mozos y mula reverenda; véoos agora a pie, solo, y un sayo corto, una capa frisada, sin pelo; esa espada tan larga, ese bonete de soldado... Pues allende desto, con esa barba tan larga y esa cabeza sin ninguna señal de corona, ¿quién os podiera conocer? ARCIDIANO ¿Quién, señor? Quien conosciese el hábito por el hombre, y no el hombre por el hábito. LATANCIO Si la memoria ha errado, no es razón que por ella pague la voluntad, que pocas veces suele en mí disminuirse. Mas, decíme, así os vala Dios, ¿qué mudanza ha sido ésta? ARCIDIANO No debéis haber oído lo que agora nuevamente en Roma ha pasado. LATANCIO Oído he algo dello. Pero ¿qué tiene que hacer lo de Roma con el mudar del vestido? ARCIDIANO Pues que eso preguntáis, no lo debéis saber todo. Hágoos saber que ya no hay hombre en Roma que ose parecer en hábito eclesiástico por las calles. LATANCIO ¿Qué decís? ARCIDIANO Digo que, cuando yo partí de Roma, la persecución contra los clérigos era tan grande, que no había hombre que en hábito de clérigo ni de fraile osase andar por las calles. LATANCIO ¡Oh, maravilloso Dios, y cuán incomprehensibles son tus juicios! Veamos, señor, ¿y hallástesos dentro en Roma cuando entró el ejército del Emperador? ARCIDIANO Sí, por mis pecados; allí me hallé, o por mejor decir, allí me perdí; pues, de cuanto tenía, no me quedó más de lo que vedes. LATANCIO ¿Por qué no os metíades entre los soldados españoles y salvárades vuestra hacienda? ARCIDIANO Mis pecados me lo estorbaron, y cupiéronme en suerte no sé qué alemanes, que no pienso haber ganado poco en escapar la vida de sus manos. LATANCIO ¿Es verdad todo lo que de allá nos escriben y por acá se dice? ARCIDIANO Yo no sé lo que de allá escriben ni lo que acá dicen, pero séos decir que es la más recia cosa que nunca hombres vieron. Yo no sé cómo acá lo tomáis; paréceme que no hacéis caso dello. Pues yo os doy mi fe que no sé si Dios lo querrá ansí disimular. Y aun si en otra parte estoviésemos donde fuese lícito hablar, yo diría perrerías desta boca. LATANCIO ¿Contra quién? ARCIDIANO Contra quien ha hecho más mal en la Iglesia de Dios que ni turcos ni paganos osaran hacer. LATANCIO Mirad, señor Arcidiano, bien puede ser que estéis engañado echando la culpa a quien no la tiene. Entre nosotros, todo puede pasar. Dadme vos lo que acerca desto sentís, y quizá os desengañaré yo de manera que no culpéis a quien no debéis de culpar. ARCIDIANO Yo soy contento de declararos lo que siento acerca desto, pero no en la plaza. Entrémonos aquí en Sanct Francisco y hablaremos de nuestro espacio. LATANCIO Sea como mandáredes. ARCIDIANO Pues estamos aquí donde nadi no nos oye, yo os suplico, señor, que lo que aquí dijere no sea más de para entre nosotros. Los príncipes son príncipes, y no querría hombre ponerse en peligro, pudiéndolo escusar. LATANCIO Deso podéis estar muy seguro. ARCIDIANO Pues veamos, señor Latancio, ¿paréceos cosa de fruir quel Emperador haya hecho en Roma lo que nunca infieles hicieron, y que por su pasión particular y por vengarse de un no sé qué, haya así querido destruir la Sede apostólica con la mayor inominia, con el mayor desacato y con la mayor crueldad que jamás fue oída ni vista? Sé que los godos tomaron a Roma, pero no tocaron en la iglesia de Sanct Pedro, no tocaron en las reliquias de los sanctos, no tocaron en cosas sagradas. Y aquellos medios cristianos tovieron este respecto, y agora nuestros cristianos (aunque no sé si son dignos de tal nombre) ni han dejado iglesias, ni han dejado monesterios, ni han dejado sagrarios; todo lo han violado, todo lo han robado, todo lo han profanado, que me maravillo cómo la tierra no se hunde con ellos y con quien se lo manda y consiente hacello. ¿Qué os paresce que dirán los turcos, los moros, los judíos e los luteranos viendo así maltratar la cabeza de la cristiandad? ¡Oh Dios que tal sufres! ¡Oh Dios que tan gran maldad consientes! ¿Ésta era la defensa que esperaba la Sede apostólica de su defensor? ¿Ésta era la honra que esperaba España de su Rey tan poderoso? ¿Ésta era la gloria, éste era el bien, éste era el acrecentamiento que esperaba toda la cristiandad? ¿Para esto adquirieron sus abuelos el título de Católicos? ¿Para esto juntaron tantos reinos y señoríos debajo de un señor? ¿Para esto fue elegido por Emperador? ¿Para esto los Romanos Pontífices le ayudaron a echar los franceses de Italia? ¿Para que en un día deshiciese él todo lo que sus predecesores con tanto trabajo y en tanta multitud de años fundaron? ¡Tantas iglesias, tantos monesterios, tantos hospitales, donde Dios solía ser servido y honrado, destruidos y profanados! ¡Tantos altares, y aun la misma iglesia del Príncipe de los Apóstoles, ensangrentados! ¡Tantas reliquias robadas y con sacrílegas manos maltratadas! ¿Para esto juntaron sus predecesores tanta sanctidad en aquella ciudad? ¿Para esto honraron las iglesias con tantas reliquias? ¿Para esto les dieron tantos ricos atavíos de oro y de plata? ¿Para que viniese él con sus manos lavadas a robarlo, a deshacerlo, a destruirlo todo? ¡Soberano Dios! ¿Será posible que tan gran crueldad, tan gran insulto, tan abominable osadía, tan espantoso caso, tan execrable impiedad queden sin muy recio, sin muy grave, sin muy evidente castigo? Yo no sé cómo acá lo sentís; y si lo sentís, no sé cómo así lo podéis disimular. LATANCIO Yo he oído con atención todo lo que habéis dicho, y, a la verdad, aunque en ello he oído hablar a muchos, a mi parecer vos lo acrimináis y afeáis más que ninguno otro. Y en todo ello venís muy mal informado, y me parece que no la razón, mas la pasión de lo que habéis perdido os hace decir lo que habéis dicho. Yo no os quiero responder con pasión como vos habéis hecho, porque sería dar voces sin fructo. Mas sin ellas yo espero, confiando en vuestra discreción y buen juicio, que antes que de mí os partáis, os daré a entender cuán engañado estáis en todo lo que habéis aquí hablado. Solamente os pido que estéis atento y no dejéis de replicar cuando toviéredes qué, porque no quedéis con alguna duda. ARCIDIANO Decid lo que quisiéredes, que yo os terné por mejor orador que Tulio si vos supiéredes defender esta causa. LATANCIO No quiero sino que me tengáis por el mayor necio que hay en el mundo si no os la defendiere con evidentísimas causas y muy claras razones. Y lo primero que haré será mostraros cómo el Emperador ninguna culpa tiene en lo que en Roma se ha hecho. Y lo segundo, cómo todo lo que ha acaecido ha seído por manifiesto juicio de Dios para castigar aquella ciudad, donde con grande ignominia de la religión cristiana reinaban todos los vicios que la malicia de los hombres podía inventar; y con aquel castigo despertar el pueblo cristiano, para que, remediados los males que padece, abramos los ojos e vivamos como cristianos, pues tanto nos preciamos deste nombre. ARCIDIANO Recia empresa habéis tomado; no sé si podréis salir con ella. LATANCIO Cuanto a lo primero, quiero protestaros que ninguna cosa de lo que aquí se dijere se dice en perjuicio de la dignidad ni de la persona del Papa, pues la dignidad es razón que de todos sea tenida en veneración, e de la persona, por cierto, yo no sabría decir mal ninguno, aunque quisiese, pues conozco lo que se ha hecho no haber seído por su voluntad, mas por la maldad de algunas personas que cabe sí tenía. Y porque mejor nos entendamos, pues la diferencia es entre el Papa y el Emperador, quiero que me digáis, primero, qué oficio es el del Papa y qué oficio es el del Emperador, y a qué fin estas dignidades fueron instituidas. ARCIDIANO A mi parecer, el oficio del Emperador es defender sus súbditos y mantenerlos en mucha paz y justicia, favoreciendo los buenos y castigando los malos. LATANCIO Bien decís, ¿y el del Papa? ARCIDIANO Eso es más dificultoso de declarar; porque si miramos al tiempo de Sanct Pedro, es una cosa, y si al de agora, otra. LATANCIO Cuando yo os pregunto para qué fue instituida esta dignidad, entiéndese que me habéis de decir la voluntad e intención del que la instituyó. ARCIDIANO A mi parecer, fue instituida para quel Sumo Pontífice toviese auctoridad de declarar la Sagrada Escriptura, y para que enseñase al pueblo la doctrina cristiana, no solamente con palabras, mas con ejemplo de vida, y para que con lágrimas y oraciones continuamente rogase a Dios por su pueblo cristiano, y para que éste toviese el supremo poder de absolver a los que hobiesen pecado y se quisiesen convertir, y para declarar por condenados a los que en su mal vivir estuviesen obstinados, y para que con continuo cuidado procurase de mantener los cristianos en mucha paz y concordia, y, finalmente, para que nos quedase acá en la tierra quien muy de veras representase la vida y sanctas costumbres de Jesucristo, nuestro Redemptor; porque los humanos corazones más aína se atraen con obras que con palabras. Esto es lo que yo puedo colegir de la Sagrada Escriptura. Si vos otra cosa sabéis, decidla. LATANCIO Basta eso por agora, y mirá no se os olvide, porque lo habremos menester a su tiempo. ARCIDIANO No hará. LATANCIO Pues si yo os muestro claramente que por haber el Emperador hecho aquello a que vos mesmo habéis dicho ser obligado, y por haber el Papa dejado de hacer lo que debía por su parte, ha suscedido la destruición de Roma, ¿a quién echaréis la culpa? ARCIDIANO Si vos eso hacéis (lo que yo no creo), claro está que la terná el Papa. LATANCIO Dicidme, pues, agora vos: pues decís que el Papa fue instituido para que imitase a Jesucristo, ¿cuál pensáis que Jesucristo quisiera más: mantener paz entre los suyos, o levantarlos y revolverlos en guerra? ARCIDIANO Claro está quel Auctor de la paz ninguna cosa tiene por más abominable que la guerra. LATANCIO Pues, veamos: ¿cómo será imitador de Jesucristo el que toma la guerra y deshace la paz? ARCIDIANO Ese tal muy lejos estaría de imitarle. Pero ¿a qué propósito me decís vos agora eso? LATANCIO Dígooslo porque pues el Emperador, defendiendo sus súbditos, como es obligado, el Papa tomó las armas contra él, haciendo lo que no debía, y deshizo la paz y levantó nueva guerra en la cristiandad, ni el Emperador tiene culpa de los males suscedidos, pues hacía lo que era obligado en defender sus súbditos, ni el Papa puede estar sin ella, pues hacía lo que no debía en romper la paz y mover guerra en la cristiandad. ARCIDIANO ¿Qué paz deshizo el Papa o qué guerra levantó en la cristiandad? LATANCIO Deshizo la paz quel Emperador había hecho con el Rey de Francia y revolvió la guerra que agora tenemos, donde por justo juicio de Dios le ha venido el mal que tiene. ARCIDIANO Bien estáis en la cuenta. ¿Dónde halláis vos quel Papa levantó ni revolvió la guerra contra el Emperador, después de hecha la paz con el Rey de Francia? LATANCIO Porque luego como fue suelto de la presión, le envió un Breve en que le absolvía del juramento que había hecho al Emperador, para que no fuese obligado a cumplir lo que le había prometido, porque más libremente pudiese mover guerra contra él. ARCIDIANO ¿Por dónde sabéis vos eso? Así habláis como si fuésedes del consejo secreto del Papa. LATANCIO Por muchas vías se sabe, y por no perder tiempo, mirad el principio de la liga que hizo el Papa con el Rey de Francia, y veréis claramente cómo el Papa fue el promotor della, y seyendo ésta tan gran verdad, que aun el mismo Papa lo confiesa ¿paréceos ahora a vos que era esto hacer lo que debía un Vicario de Jesucristo? Vos decís que su oficio era poner paz entre los discordes, y él sembraba guerra entre los concordes. Decís que su oficio era enseñar al pueblo con palabras y con obras la doctrina de Jesucristo, y él les enseñaba todas las cosas a ella contrarias. Decís que su oficio era rogar a Dios por su pueblo, y él andaba procurando de destruirlo. Decís que su oficio era imitar a Jesucristo, y él en todo trabajaba de selle contrario. Jesucristo fue pobre y humilde, y él, por acrecentar no sé qué señorío temporal, ponía toda la cristiandad en guerra. Jesucristo daba bien por mal, y él, mal por bien, haciendo liga contra el Emperador, de quien tantos beneficios había recebido. No digo esto por injuriar al Papa; bien sé que no procedía dél, y que por malos consejos era a ello instigado. ARCIDIANO Desa manera, ¿quién terná en eso la culpa? LATANCIO Los que lo ponían en ello, y también él, que tenía cabe sí ruin gente. ¿Pensáis vos que delante de Dios se escusará un príncipe echando la culpa a los de su consejo? No, no. Pues le dio Dios juicio, escoja buenas personas que estén en su consejo e consejarle han bien. E si las toma o las quiere tener malas, suya sea la culpa; e si no tiene juicio para escoger personas, deje el señorío. ARCIDIANO Difícil cosa les pedís. LATANCIO ¿Difícil? ¿Y cómo? ¿Tanto juicio es menester para esto? Decidme: ¿qué guerra hay tan justa que un Vicario de Jesucristo deba tomar contra cristianos, miembros de un mesmo cuerpo cuya cabeza es Cristo, y él su Vicario? ARCIDIANO El Papa tuvo mucha razón de tomar esta guerra contra el Emperador, lo uno, porque primero él no había querido su amistad, y lo otro, porque tenía tomado y usurpado el Estado de Milán, despojando dél al duque Francisco Esforcia. Et viendo el Papa esto, se temía que otro día haría otro tanto contra él, quitándole las tierras de la Iglesia. Luego con mucha justicia y razón tomó el Papa las armas contra el Emperador, así para compelirle a que restituyese su Estado al Duque de Milán, como para asegurar el Estado y tierras de la Iglesia. LATANCIO Maravillado estoy que un hombre de tan buen juicio como vos hayáis dicho una cosa tan fuera de razón como ésa. Veamos: ¿y eso hacíalo el Papa como Vicario de Cristo o como Julio de Médicis? ARCIDIANO Claro está que lo hacía como Vicario de Cristo. LATANCIO Pues digo quel Emperador contra toda razón y justicia quisiese quitar todo su estado al Duque de Milán, ¿qué tenía que hacer en eso el Papa? ¿Para qué se quiere él meter donde no le llaman y en lo que no toca a su oficio? Como si no toviese ejemplo de Jesucristo para hacer lo contrario, que, llamado para que amigablemente partiese una heredad entre dos hermanos, no quiso ir, dando ejemplo a los suyos que no se debían entremeter en cosas tan viles y bajas. ¿Y queréis agora vos que se ponga entrellos su Vicario con mano armada, sin que le llamen para ello? ¿Dónde halláis vos que Jesucristo instituyó su Vicario para que fuese juez entre príncipes seglares, cuanto más ejecutor y revolvedor de guerra entre cristianos? ¿Queréis ver cuán lejos está de ser Vicario de Cristo un hombre que mueve guerra? Mirad el fruto que della se saca y cuán contraria es, no sólo a la doctrina cristiana, más aun a la natura humana. A todos los animales dio la natura armas para que se pudiesen defender y con que podiesen ofender; a solo el hombre, como a una cosa venida del cielo, adonde hay suma concordia, como a una cosa que acá había de representar la imagen de Dios, dejó desarmado. No quiso que hiciese guerra; quiso que entre los hombres hobiese tanta concordia como en el cielo entre los ángeles. ¡Et que agora seamos venidos a tan gran estremo de ceguedad, que más brutos que los mismos brutos animales, más bestias que las mesmas bestias, nos matemos unos con otros! Las bestias viven en paz, y nosotros, peores que bestias, vivimos en guerra. Y entre los hombres, si buscamos cómo viven en cada provincia, en sola la cristiandad, que es un rinconcillo del mundo, hallaréis más guerra que en todo el mundo y no tenemos vergüenza de llamarnos cristianos. E, por la mayor parte, hallaréis que aquéllos la revuelven que debrían apaciguarla. Obligado era el Romano Pontífice, pues se precia de ser Vicario de Jesucristo; obligados eran los cardenales, pues quieren ser colunas de la Iglesia; obligados eran los obispos, siendo pastores, de poner las vidas por sus ovejas, como lo hizo y lo enseñó Jesucristo, diciendo: Bonus pastor animam suam ponit pro ovibus suis; mayormente siendo dadas sus rentas al Papa y a estos otros prelados para que, usando de su oficio pastoral, mejor puedan amparar y defender sus súbditos. Y agora, por no perder ellos un poquillo de su reputación, ponen toda la cristiandad en armas. ¡Oh, qué gentil caridad! ¡Doite yo dineros para que me defiendas, y tú alquilas con ellos gente para matarme, robarme y destruirme! ¿Dónde halláis vos que mandó Jesucristo a los suyos que hiciesen guerra? Leed toda la doctrina evangélica, leed todas las epístolas canónicas; no hallaréis sino paz, concordia y unidad, amor y caridad. Cuando Jesucristo nació, no tañeron alarma, mas cantaron los ángeles: Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis! Paz nos dio cuando nació y paz cuando iba al martirio de la cruz. ¿Cuántas veces amonestó a los suyos esta paz y caridad? Y aún no contento con esto, rogaba al Padre que los suyos fuesen entre sí una misma cosa, como Él con su Padre. ¿Podríase pedir mayor conformidad? Pues aún más quiso: que los que su doctrina siguiesen no se diferenciasen de los Segunda parte LATANCIO Por acabar de cumplir lo que os prometí -allende de lo que en esto a la mesa habemos platicado-, cuanto a lo primero, vos no me negaréis que todos los vicios y todos los engaños que la malicia de los hombres puede pensar no estoviesen juntos en aquella ciudad de Roma, que vos con mucha razón llamáis sancta porque lo debría de ser. ARCIDIANO Ciertamente, en eso vos tenéis mucha razón, y sabe Dios lo que me ha parecido siempre dello, y lo que mi corazón sentía de ver aquella ciudad (que, de razón, debría de ser ejemplo de virtudes a todo el mundo) tan llena de vicios, de tráfagos, de engaños y de manifiestas bellaquerías. Aquel vender de oficios, de beneficios, de bulas, de indulgencias, de dispensaciones, tan sin vergüenza, que verdaderamente parecía una irrisión de la fe cristiana, y que los ministros de la Iglesia no tenían cuidado sino de inventar maneras para sacar dineros. Empeñó el Papa ciertos apóstoles que había de oro, y después hizo una imposición que se pagase en la expedición de las Bulas pro redemptione Apostolorum. No sé cómo no tenían vergüenza de hacer cosas tan feas y perjudiciales a su dignidad. LATANCIO Eso mismo dicen todos los que de allá vienen, y eso mismo conoscía yo cuando allá estuve. Pues venid acá: si vuestros hijos... ARCIDIANO Hablá cortés. LATANCIO Perdonadme, que no me acordaba que érades clérigo, aunque ya muchos clérigos hay que no se injurian de tener hijos. Pero esto no se dice sino por un ejemplo. ARCIDIANO Pues decid. LATANCIO Si vuestros hijos toviesen un maestro muy vicioso, y viésedes que con sus vicios y malas costumbres os los inficionaba, ¿qué haríades? ARCIDIANO Amonestarle hía muchas veces que se emendase, y si no lo quisiese hacer y yo toviese mando o señorío sobre él, castigarlo hía muy gentilmente, para que por mal se emendase si no lo quisiese hacer por bien. LATANCIO Pues vedes aquí: Dios es padre de todos nosotros, y dionos por maestro al Romano Pontífice, para que dél y de los que cabe él estoviesen aprendiésemos a vivir como cristianos. Y como los vicios de aquella Corte romana fuesen tantos que inficionaban los hijos de Dios, y no solamente no aprendían dellos la doctrina cristiana, mas una manera de vivir a ella muy contraria, viendo Dios que ni aprovechaban los profetas, ni los evangelistas, ni tanta multitud de sanctos doctores como en los tiempos pasados escribieron vituperando los vicios y loando las virtudes, para que los que mal vivían se convertiesen a vivir como cristianos, buscó nuevas maneras para atraerlos a que hiciesen lo que eran obligados. Y allende otros muchos buenos maestros y predicadores que ha enviado en otros tiempos pasados, envió en nuestros días aquel excelente varón Erasmo Roterodamo, que con mucha elocuencia, prudencia y modestia en diversas obras que ha escrito, descubriendo los vicios y engaños de la corte romana, y en general de todos los eclesiásticos, parecía que bastaba para que los que mal en ella vivían se emendasen, siquiera de pura vergüenza de lo que se decía dellos. Y como esto ninguna cosa os aprovechase, antes los vicios y malas maneras fuesen de cada día creciendo, quiso Dios probar a convertirlos por otra manera y permitió que se levantase aquel fray Martin Luter, el cual no solamente les perdiese la vergüenza, declarando sin ningún respecto todos sus vicios, mas que apartase muchos pueblos de la obediencia de sus prelados, para que, pues no os habíades querido convertir de vergüenza, os convertiésedes siquiera por cobdicia de no perder el provecho que de Alemaña llevábades, o por ambición de no estrechar tanto vuestro señorío si Alemaña quedase casi, como agora está, fuera de vuestra obediencia. ARCIDIANO Bien, pero ese fraile no solamente decía mal de nosotros, mas también de Dios en mil herejías que ha escrito. LATANCIO Decís verdad, pero si vosotros remediárades lo que él primero con mucha razón decía y no le provocárades con vuestras descomuniones, por aventura nunca él se desmandara a escrebir las herejías que después escribió y escribe, ni hobiera habido en Alemaña tanta perdición de cuerpos y de ánimas como después a esta causa ha habido. ARCIDIANO Mirad, señor, este remedio no se podía hacer sin Concilio general, y dicen que no convenía que estonces se convocase, porque era manifiesta perdición de todos los eclesiásticos, tanto, que si entonces el Concilio se hiciera, nos pudiéramos ir todos derechos al hospital, y aun el mesmo Papa con nosotros. LATANCIO ¿Cómo? ARCIDIANO Presentaron todos los Estados del Imperio cient agravios, que diz que recebían de la Sede apostólica y de muchos eclesiásticos, y en todo caso querían que aquello se remediase. LATANCIO ¿Pues por qué no lo remediábades? ARCIDIANO ¡A eso nos andábamos! Ya decían que las rentas de la Iglesia, pues fueron dadas e instituidas para el socorro de los pobres, que se gastasen en ello, y no en guerras, ni en vicios, ni en faustos, como por la mayor parte agora se gastan, e aun querían que los pueblos, y no los clérigos, toviesen la administración dellas. Allende desto querían que no se diesen dispensaciones por dineros, diciendo que los pobres también son hijos de Dios como los ricos, y que, dando las dispensaciones por dineros, los pobres, que de razón debrían de ser más previlegiados, quedan muy agraviados, y los ricos, por el contrario, privilegiados. LATANCIO No estéis en eso, que, a la verdad, yo he estado y estoy muchas veces tan atónito que no sé qué decirme. Veo, por una parte, que Cristo loa la pobreza y nos convida, con perfectísimo ejemplo, a que la sigamos, y por otra, veo que de la mayor parte de sus ministros ninguna cosa sancta ni profana podemos alcanzar sino por dineros. Al baptismo, dineros; a la confirmación, dineros; al matrimonio, dineros; a las sacras órdenes, dineros; para confesar, dineros; para comulgar, dineros. No os darán la estrema unción sino por dineros, no tañerán campanas sino por dineros, no os enterrarán en la iglesia sino por dineros, no oiréis misa en tiempo de entredicho sino por dineros; de manera que parece estar el paraíso cerrado a los que no tienen dineros. ¿Qué es esto, que el rico se entierra en la iglesia y el pobre en el cimenterio? ¿Quel rico entre en la iglesia en tiempo de entredicho y al pobre den con la puerta en los ojos? ¿Que por los ricos hagan oraciones públicas y por los pobres ni por pensamiento? ¿Jesucristo quiso que su Iglesia fuese más parcial a los ricos que no a los pobres? ¿Por qué nos consejó que siguiésemos la pobreza? Pues allende desto, el rico se casa con su prima o parienta, y el pobre no, aunque le vaya la vida en ello; el rico come carne en cuaresma, y el pobre no, aunque le cueste el pescado los ojos de la cara; el rico alcanza ocho carretadas de indulgencias, y el pobre no, porque no tiene con qué pagallas, y desta manera hallaréis otras infinitas cosas. Y no falta quien os diga que es menester allegar hacienda para servir a Dios, para fundar iglesias y monasterios, para hacer decir muchas misas y muchos trentenarios, para comprar muchas hachas que ardan sobre vuestra sepultura. Conséjame a mí Jesucristo que menosprecie y deje todas las cosas mundanas para seguirle, ¿y tú conséjasme que las busque? Muy gran merced me haréis en decirme la causa que hallan para ello, porque así Dios me salve que yo no la conozco ni alcanzo. ARCIDIANO ¡A buen árbol os arrimáis! Aosadas que yo nunca rompa mi cabeza pensando en esas cosas de que no se me puede seguir ningún provecho. LATANCIO Buena vida os dé Dios. ARCIDIANO Allende desto decían que, cuando a los clérigos fueron dadas las libertades y exenciones que agora tienen, eran pobres y gastaban lo que tenían con quien más que ellos había menester, y que agora, pues son más ricos que no los legos, y muchos gastan lo que tienen con sus hijos y mancebas, que no parecía honesto ni razonable que los tristes de los pobres fuesen agraviados con huéspedes y con imposiciones, y los clérigos, en quien todos los bienes se consumían, quedasen exentos. Decían asimismo que había tantas fiestas de guardar, que los oficiales y labradores recebían mucho perjuicio dello, y que pues se veía claramente que la mayor parte de los hombres no se ocupaban los días de fiesta en aquellas obras en que se debrían de ocupar, sino en muy peores ejercicios que los otros días, que sería bien se moderase tanto número de fiestas. LATANCIO ¿Paréceos que decían mal? ARCIDIANO ¿Y vos queréislo defender? ¿No vedes que los sanctos cuyas fiestas quitásedes se indignarían, y podría ser que nos viniese algún gran mal? LATANCIO Mas ¿vos no vedes que se ofenden esos sanctos más con los vicios y bellaquerías que se acostumbran hacer los días de fiesta, que no en que cada uno trabaje en ganar de comer? Si todas las fiestas se empleasen en servir a Dios, querría yo que cada día fuese fiesta; mas, pues así no se hace, no ternía por malo que se moderasen. Si un hombre se emborracha, o juega todo el día a los naipes o a los dados, o anda envuelto en murmuraciones, o en mujeres o en otras semejantes bellaquerías, parécenos que no quebranta la fiesta; y si con estrema necesidad cose un zapato para ganar de comer, luego dicen que es hereje. Yo no sé qué servicios son éstos. Pésame que los ricos tomen en aquellos días sus pasatiempos y placeres, y todo carga sobre los desventurados de los oficiales y labradores y pobres hombres. ARCIDIANO Por todo eso que habéis dicho no se nos daría nada, sino por lo que nosotros perderíamos en el quitar de las fiestas. LATANCIO ¿Qué perderíades? ARCIDIANO Las ofrendas, que se hacen muchas más los días de fiesta que los otros días. Decían ansí mismo que había muchos clérigos que vivían muy mal, y no casándose, tenían mujeres e hijos, tan bien y tan públicamente como los casados, de que se seguía mucho escándalo en el pueblo, por donde sería mejor que se casasen. LATANCIO ¿Y de eso pesaros hía a vosotros? ARCIDIANO ¿Y no nos había de pesar que de libres nos hiciesen esclavos? LATANCIO Antes me parece a mí que de esclavos os querían hacer libres. Si no, venid acá: ¿hay mayor ni más vergonzoso cautiverio en el mundo que el del pecado? ARCIDIANO Pienso yo que no. LATANCIO Pues estando vosotros en pecado con vuestras mancebas, ¿no os parece que muy inominiosamente sois esclavos del pecado, y que os quita dél el que procura que os caséis e viváis honestamente con vuestras mujeres? ARCIDIANO Bien, pero ¿no vedes que parecería mal que los clérigos se casasen, y perderían mucha de su auctoridad? LATANCIO ¿Y no parece peor que estén amancebados y pierdan en ello mucha más auctoridad? Si yo viese que los clérigos vivían castamente y que no admitían ninguno a aquella degnidad hasta que hobiese, por lo menos, cincuenta años, así Dios me salve que me parecería muy bien que no se casasen; pero en tanta multitud de clérigos mancebos, que toman las órdenes más por avaricia que por amor de Dios, en quien no veis una señal de modestia cristiana, no sé si sería mejor casarse. ARCIDIANO ¿No veis que casándose los clérigos, como los hijos no heredasen los bienes de sus padres, morirían de hambre y todos se harían ladrones, y sería menester que sus padres quitasen de sus iglesias para dar a sus hijos, de que se seguirían dos inconvenientes: el uno que terníamos una infinidad de ladrones, y el otro que las iglesias quedarían despojadas? LATANCIO Esos inconvenientes muy fácilmente se podrían quitar si los clérigos trabajasen de imitar la pobreza de aquellos cuyos sucesores se llaman, y estonces no habrían vergüenza de hacer aprender a sus hijos con diligencia oficios con que honestamente pudiesen ganar de comer, y serían muy mejor criados y enseñados en las cosas de la fe, de que se seguiría mucho bien a la república. Y, así Dios me vala, que esto, a mi parecer, vosotros mismos lo debríades desear. ARCIDIANO ¿Desear? ¡Nunca Dios tal mande! Mirad, señor: (aquí todo puede pasar) si yo me casase, sería menester que viviese con mi mujer, mala o buena, fea o hermosa, todos los días de mi vida o de la suya; agora, si la que tengo no me contenta esta noche, déjola mañana y tomo otra. Allende desto, si no quiero tener mujer propia, cuantas mujeres hay en el mundo hermosas son mías, o, por mejor decir, en el lugar donde estoy. Mantenéislas vosotros y gozamos nosotros dellas. LATANCIO ¿Y el ánima? ARCIDIANO Dejaos deso, que Dios es misericordioso. Yo rezo mis Horas y me confieso a Dios cuando me acuesto y cuando me levanto, no tomo a nadi lo suyo, no doy a logro, no salteo camino, no mato a ninguno, ayuno todos los días que me manda la Iglesia, no se me pasa día que no oigo misa. ¿No os parece que basta esto pasa ser cristiano? Esotro de las mujeres..., a la fin nosotros somos hombres, y Dios es misericordioso. LATANCIO Decís verdad; pero en eso, a mi parecer, sois mucho menos que hombres, y no sé yo si será misericordioso perdonar tantas bellaquerías si queréis perseverar en ellas. ARCIDIANO Dejarlas hemos cuando seamos más viejos. LATANCIO ¡Bien está! ¡Burlaos con Dios! ¿Y qué sabéis si llegaréis a mañana? ARCIDIANO No seáis tan supersticioso; sé que algo ha Dios de perdonar. Y veamos: ¿así querríades deshacer vos las constituciones de la Iglesia, que ha infinitos años que se guardan? LATANCIO ¿Por qué no, si conviene así a la república cristiana? ARCIDIANO Porque parecería haber la Iglesia en tanto tiempo errado. LATANCIO Muy mal estáis en la cuenta. Mirad, señor: la Iglesia, conforme a un tiempo, ordena algunas cosas que después en otro las deshace. ¿No leéis en los Actos de los Apóstoles que en el Concilio hierosolimitano fue ordenado que no se comiese sangre ni cosa ahogada? ARCIDIANO Leído lo he. LATANCIO ¿Pues por qué no lo guardáis ahora? ARCIDIANO Nunca había parado mientes en ello. LATANCIO Pues yo os lo diré. Estonces fue aquello ordenado por satisfacer algo a la superstición de los judíos, aunque conocían bien los Apóstoles no ser necesario, y así después se derogó esta constitución como cosa superflua, y no por eso se entiende quel Concilio errase. Pues desta misma manera, ¿qué inconveniente sería si lo que la Iglesia en un tiempo, por respectos y necesidades ordenó, se derogase agora habiendo otros más urgentes, por donde parece que con aquello se debría dispensar? Por cierto yo no hallo ninguno, sino que, como decís, no os estaría bien a vosotros. ARCIDIANO Dejémonos agora deso. LATANCIO ¿Pues no os parece a vos que fuera mucho mejor remediar lo que habéis dicho que pedían los alemanes y emendar vuestras vidas, y, pues os hacemos honra por ministros de Dios, serlo muy de veras, que no perseverar en vuestra dureza y ser causa de tanto mal como por no remediar aquello ha acaecido? ARCIDIANO Si los alemanes piden justicia en esas cosas, la Iglesia lo podrá remediar cuando convenga. LATANCIO Pues veis ahí: como vosotros no quesistes oír las honestas reprehensiones de Erasmo, ni menos las deshonestas injurias de Luter, busca Dios otra manera para convertiros, y permitió que los soldados que saquearon a Roma con don Hugo y los coloneses hiciesen aquel insulto de que vos os quejáis, para que viendo que todos os perdían la vergüenza y el acatamiento que os solían tener, siquiera por temor de perder las vidas os convertiésedes, pues no lo queríades hacer por temor de perder las ánimas. Pero como eso tampoco aprovechase, viendo Dios que no quedaba ya otro camino para remediar la perdición de sus hijos, ha hecho agora con vosotros lo que vos decís que haríades con el maestro de vuestros hijos que os los inficionase con sus vicios y no se quisiese emendar. ARCIDIANO Podrá ser lo que decís, pero ¿qué culpa tenían las imágines, qué culpa tenían las reliquias, qué culpa tenían las dignidades, qué culpa tenía la buena gente que así fue todo robado, saqueado y maltractado? LATANCIO Contadme vos la cosa cómo pasó, pues os hallastes presente, y yo os diré la causa por que, a mi juicio, Dios permitió cada cosa de las que con verdad me contáredes. ARCIDIANO Mucha razón tenéis, por cierto, y eso haré yo de muy buena voluntad, y oiré lo que me dijéredes de mucha mejor. Habéis de saber que el ejército del Emperador dejó en Sena esa poca artillería que traía, y con la mayor diligencia y celeridad que jamás fue oída ni vista, llegó a los muros de Roma a los cinco de mayo. LATANCIO Veamos, ¿por qué estonces el Papa no envió a pedir algún concierto? ARCIDIANO Antes el buen Duque de Borbón envió a requerir al Papa que le enviase alguna persona con quien pudiese tractar sobre su entrada en Roma. Y como el Papa se fiaba en la nueva liga que tenía hecha, y el ejército de la liga le había prometido de venirlo a socorrer, no quiso oír ningún concierto. Y cuando esto supo el ejército, luego el día siguiente por la mañana determinó de combatir la ciudad, y quiso nuestra mala ventura que, en comenzando a combatir el Burgo, los de dentro mataron con un arcabuz al buen Duque de Borbón, cuya muerte ha seído causa de mucho mal. LATANCIO Por cierto que se me rompe el corazón en oír una muerte tan desastrada. ARCIDIANO Causáronla nuestros pecados, porque, si él viviera, no se hicieran los males que se hicieron. LATANCIO ¡Pluguiera a Dios que vosotros no los toviérades! ¿Y quién nunca oyó decir que los pecados de la ciudad sean causa de la muerte del que los viene a combatir? ARCIDIANO En esto se puede muy bien decir, porque el Duque de Borbón no venía para conquistarnos, sino a defendernos de su mismo ejército; no venía a saquearnos, sino a guardar que no fuésemos saqueados. Nosotros debemos de llorar su muerte que, por él, no hay hombre que no le deba de haber antes envidia que mancilla, porque perdió la vida con la mayor honra que nunca hombre murió, y con su muerte alcanzó lo que muchos señalados capitanes nunca podieron alcanzar, de manera que para siempre quedará muy estimada su memoria. Sola una cosa me da pena: el peligro con que fue su ánima, muriendo descomulgado. LATANCIO ¿Por qué descomulgado? ARCIDIANO Porque con mano armada estaba en tierras de la Iglesia y quería combatir la sancta ciudad de Roma. LATANCIO ¿No sabéis vos que dice un decreto que muchos están descomulgados del Papa que no lo están de Dios? Y también el Papa no entiende que sea descomulgado el que está en tierras de la Iglesia con intención de defenderlas en todo lo que se pueda escusar que no reciban daño, como este Príncipe iba. ARCIDIANO Decís la verdad, pero el primer movimiento fue voluntario. LATANCIO Para eso le distes vosotros causa, y él era obligado a defender el reino de Nápoles, pues lo había el Emperador hecho su Lugarteniente general en Italia, y también él no iba a ocupar las tierras de la Iglesia, sino a prohibir que el Papa no ocupase las del Emperador y a hacer que viniese a concordia con su Majestad. ARCIDIANO Allá se avenga. Pues, tornando a nuestro propósito, el ejército del Emperador estaba tan deseoso de entrar en Roma, unos por robar y otros por el odio muy grande que a aquella Corte romana tenían, y otros por lo uno y por lo otro, que los españoles y italianos, por una parte, a escala vista, y los alemanes por otra, rompiendo con vaivenes el muro, entraron por el Burgo, adonde, como sabéis, está la Iglesia de Sanct Pedro y el sacro Palacio. LATANCIO Y aun muy buenas casas de cardenales. De una cosa me maravillo: que teniendo los de dentro artillería y los de fuera ninguna, podiesen ansí ligeramente entrar. ARCIDIANO Verdaderamente fue una cosa maravillosa. ¿Quién pudiera creer que, habiendo dentro de Roma seis mil infantes, allende del pueblo romano, todos determinados de defenderse, y muy buena provisión de artillería, aquella gente, a espada y capa, les entrasen, sin que muriesen más de ciento dellos? LATANCIO Y de los vuestros ¿cuántos murieron? ARCIDIANO Ya sabéis vos cómo siempre suelen en caso semejante añadir. Quieren decir que seis mil hombres; pero, a la verdad, no pasaron de cuatro mil, que luego se retrujeron a la ciudad. Y dígoos de verdad que yo tuviera esta entrada por muy gran milagro, si no viera después aquellos soldados hacer lo que hacían. Por do me parece no ser verísimile que Dios quisiese hacer tan gran milagro por ellos. LATANCIO Estáis muy engañado; sé que Dios no hizo el milagro por ellos, sino por castigar a vosotros. ARCIDIANO Creo que decís muy gran verdad. LATANCIO Maravíllome que, viendo muerto al Capitán general, no desmayaron (como comúnmente suele acaecer) y dejaron el combate. ARCIDIANO Sí, por cierto; en eso estaban los otros pensando. Antes su muerte les acrecentó el esfuerzo para acometer y entrar con mayor ánimo. LATANCIO Maravillas me contáis. ARCIDIANO Así pasa. Porque este buen Duque de Borbón era de todos tan amado, que cada uno dellos determinó de morir por vengar la muerte de su Capitán. LATANCIO Y aun eso debió de ser causa de las crueldades que se hicieron. ARCIDIANO Es cosa muy averiguada. LATANCIO ¡Oh inmenso Dios, y cómo en cada particularidad destas manifiestas tus maravillas! ¡Quesiste queste buen Duque muriese por esecutar con mayor rigor tu justicia! Pues veamos, señor: el Papa ¿dónde estaba estonces? ARCIDIANO En su palacio sin ningún temor; tan seguro, que faltó muy poco que no fuese tomado. Mas como él vio el pleito mal parados, retrújose al castillo de Sanct Ángel con trece cardenales y otros obispos y personas principales que con él estaban. Y luego los enemigos entraron en el Palacio y saquearon y robaron cuanto en él hallaron, e lo mismo hicieron en todas las casas de cardenales y otras gentes que vivían en el Burgo, sin perdonar a ninguno, ni aun a la mesma Iglesia del Príncipe de los Apóstoles. En esto tovieron harto que hacer aquel día, sin que quisiesen probar a entrar en Roma, donde alzadas las puentes del Tíber, nuestra gente se había fortalecido. LATANCIO Veamos: el pueblo romano y aun vosotros todos, cuando veíades las orejas al lobo, ¿por qué no os concertábades con el ejército del Emperador? ¿Qué teníades que hacer vosotros con la guerra que hacía el Papa? ARCIDIANO Por cierto muy poco, pero ¿qué queríades que hiciésemos? ¿Nunca habéis oído decir que allá van las leyes do quieren reyes? El pobre pueblo romano, viendo a la clara su destrucción, quiso enviar sus embajadores al ejército del Emperador para concertarse con él y evitar el saco, pero nunca el Papa se lo quiso consentir. LATANCIO Dígoos de verdad que esa fue una grande inhumanidad. ¿Y no valiera más que aquel pobre pueblo se librara, que no que padecieran lo que han padecido? ARCIDIANO Decís muy gran verdad, pero ¿quién pensara que había de suceder como sucedió? Luego los capitanes del Emperador determinan de combatir la ciudad, y esta misma noche, peleando con los nuestros, la entraron; y el saco turó más de ocho días, en que no se tuvo respecto a ninguna nación ni calidad ni género de hombres. LATANCIO ¡Válame Dios! Y los capitanes, ¿no podían remediar tanto mal? ARCIDIANO Ya hacían todo cuanto podían y no les aprovechaba nada, estando la gente encarnizada en robar como estaba. ¡Viérades venir por aquellas calles las manadas de soldados dando voces! Unos llevaban la pobre gente presa; otros ropa, oro, plata. Pues los alaridos, gemidos y gritos de las mujeres y niños eran tan grande lástima de oír, que aun ahora me tiemblan las carnes en decirlo. LATANCIO Y aun, por cierto, a mí en oírlo contar. ARCIDIANO ¡Pues es verdad que tenían respecto a los obispos o a los cardenales! Por cierto, no más que si fueran soldados como ellos. Pues ¿iglesias y monesterios? Todo lo llevaban a hecho, que nunca se vio mayor crueldad ni menos acatamiento ni temor de Dios. LATANCIO Eso debían hacer los alemanes. ARCIDIANO A la fe, nuestros españoles no se quedaban atrás, que también hacían su parte. ¿Pues los italianos? ¡Pajas! Ellos eran los que primero ponían la mano. LATANCIO Y vosotros, ¿qué hacíades estonces? ARCIDIANO Cortábamos las uñas muy de nuestro espacio. LATANCIO Mas de verdad. ARCIDIANO ¿Qué queríades que hiciésemos? Unos se metían entre los soldados, otros huían, otros se rescataban, y todos andábamos cual la mala ventura. LATANCIO Después de rescatados, ¿dejaban os vivir en paz? ARCIDIANO No les dé Dios más salud. En tanto peligro estábamos como de antes, hasta que ya no nos quedaba cosa ninguna que nos pudiesen saquear. LATANCIO Estonces ¿de qué comíades? ARCIDIANO Nunca faltaba la misericordia de Dios. Si no podíamos comer perdices, comíamos gallinas. LATANCIO ¿Y los viernes? ARCIDIANO ¿A qué llamáis viernes? ¿Vos pensáis que los soldados hacen diferencia del viernes al domingo? ¡Maldita aquélla! Que, a deciros la verdad, me parece una cosa muy recia que se tenga ya tan poco respecto a los mandamientos de la Iglesia. LATANCIO No lo tenéis vosotros a los mandamientos de Dios ¿y maravilláisos que los soldados no lo tengan a los preceptos de la Iglesia? Veamos: ¿cuál tenéis por mayor pecado, una simple fornicación o comer carne el Viernes Sancto? ARCIDIANO ¡Gentil pregunta es ésa! Lo uno es cosa de hombres, y lo otro sería una grandísima abominación. ¡Comer carne el Viernes Sancto! ¡Jesús! No digáis tal cosa. LATANCIO ¡Válame Dios, y cómo tenéis hermoso juicio! ¿Y vos no vedes que os valdría más comer carne el Viernes Sancto y otro cualquier día de ayuno que cometer una simple fornicación? ARCIDIANO ¿Por qué? LATANCIO Porque sería más saludable al cuerpo y menos dañoso al alma. ARCIDIANO ¿Cómo? LATANCIO ¿No es cosa muy clara que la carne es más provechosa quel pescado? ARCIDIANO Sí. LATANCIO Luego más saludable al cuerpo sería comer carne que pescado. Pues cuanto al ánima, ¿no ofende más a Dios el que peca contra sus mandamientos propios quel que peca contra los de la Iglesia? ARCIDIANO Claro está. LATANCIO Luego más se ofende Dios con la fornicación, que es prohibida jure divino, que en el comer de la carne, que es constitución humana. ARCIDIANO Confesaros he que tenéis razón, con una condición: que me digáis la causa por que no os parece más grave pecar contras las constituciones humanas que contra la ley divina. LATANCIO No nos enredemos más en eso, que tiempo habrá para todo. Agora prosigamos adelante nuestro propósito. ARCIDIANO Sea así. Dejemos eso para otra vez, y decíme agora: ¿qué razón había que pagasen justos por pecadores? Verisímil es que en Roma había muchas buenas personas que, ni en los vicios della ni en la guerra, tenían culpa y padecieron juntamente con los malos. LATANCIO Los malos recebieron la pena de sus maldades, y los buenos, trabajos en este mundo para alcanzar más gloria en el otro. ARCIDIANO A lo menos fuera razón que a los españoles y alemanes y gentes de otras naciones, vasallos y servidores del Emperador, se toviera algún respecto; que, sacando la iglesia de Santiago d'españoles y la casa de maestro Pedro de Salamanca, embajador de don Fernando, rey de Hungría, y don Antonio de Salamanca Hoyos, obispo gurcense, no quedó casa, ni iglesia, ni hombre de todos cuantos estábamos en Roma, que no fuese saqueado y rescatado. Hasta el secretario Pérez, que estaba y residía en Roma por parte del Emperador. LATANCIO En sólo eso debiérades de conocer que fue manifiesto juicio de Dios, y no obra humana, y que no se hizo por mandato ni voluntad del Emperador, pues ni aun a los suyos se tuvo respecto. ARCIDIANO Decís verdad; mas ¿no es muy recia cosa que cristianos vendan y rescaten cristianos, como aquellos soldados hacían? LATANCIO Recia, por cierto, pero tan común es entre gente de guerra, que no os debríades de maravillar que allí se hiciese, donde no solamente se solían vender y rescatar hombres, más aún ánimas. ARCIDIANO ¿Ánimas? ¿En qué manera? LATANCIO Yo os lo diré, pero a la oreja. ARCIDIANO No hay aquí ninguno. LATANCIO No me curo. Llegaos acá... ARCIDIANO Ya os entiendo. LATANCIO Pues ¿no os parece que tengo razón? ARCIDIANO Sí, por cierto, y muy grande; y agora conosco haber Dios permitido esto para que nosotros vengamos en conocimiento de nuestro error. Más os contaré. Los cardenales que estaban en Roma y no se pudieron encerrar con el Papa en el castillo fueron presos y rescatados, y sus personas muy mal tractadas, y traídos por las calles de Roma a pie, descabellados, entre aquellos alemanes, que era la mayor lástima del mundo verlos, especialmente cuando hombre se acordaba de la pompa con que iban a Palacio y de los ministriles que les tañían cuando pasaban por el castillo. LATANCIO Por cierto, recia cosa era ésa; pero habéis de considerar que ellos se lo buscaron, porque consentían que el Papa hiciese guerra al Emperador, y después de hecha la tregua con don Hugo, sofrían que en nombre del Colegio se rompiese y se hiciesen las mayores abominaciones que jamás fueron oídas. ¿Y cómo? ¿Pensábades que Dios no os había de castigar? ARCIDIANO ¿Qué podían ellos hacer si el Papa lo quería así? LATANCIO Cuando hobieran hecho todas sus diligencias por estorbarlo, si no les aprovechara, saliéranse de Roma y no quisieran ser participantes en tantas maldades. Sé que las puertas abiertas estaban. ¿No sabéis que agentes et consentientes pari poena puniuntur? Y también, si por otra parte sus pecados lo merecían o no, pregúntenlo a maestre Pasquino. ARCIDIANO No he menester preguntarlo, que quizá sé yo más que no él. LATANCIO Pues si lo sabéis, no os maravilléis de lo que vistes, sino de lo que Dios quiso, por su bondad infinita, disimular. ARCIDIANO ¿Qué decís de las irrisiones que allí se hacían? Un alemán se vestía como cardenal y andaba cabalgando por Roma de pontifical, con un cuero de vino en el arzón de la silla; y un español, de la mesma manera, con una cortesana en las ancas. ¿Podía ser en el mundo mayor irrisión? LATANCIO Veamos, ¿y no es mayor irrisión de la dignidad que el cardenal tome el capelo y haga obras peores que de soldado, que no que un soldado tome el capelo queriendo contrahacer a un cardenal? Lo uno y lo otro es malo, pero no me neguéis vos que lo primero no sea peor y aun más perjudicial a la Sede Apostólica. ARCIDIANO Es verdad; mas, a la fin, los cardenales son hombres y no pueden dejar de hacer como hombres; eso otro es perder la obediencia y reverencia a quien se debe, sin la cual ninguna república se puede sostener. LATANCIO Ya nos contentaríamos con que los cardenales fuesen hombres y algunas veces no se mostrasen menos que hombres. La obediencia puesta en malos fundamientos no puede durar. Mas, decíme: los Apóstoles ¿no eran hombres? ARCIDIANO Sí, pero a ellos manteníalos el Espíritu Sancto. LATANCIO Y veamos, ¿el Espíritu Sancto de agora no es el que era estonces? ARCIDIANO Sí. LATANCIO Pues si ellos quisiesen pedirlo, ¿negárseles hía? ARCIDIANO No. LATANCIO Pues ¿por qué no lo piden? ARCIDIANO Porque no lo han en gana. LATANCIO Pues desa manera suya es la culpa, y de aquí adelante conocerán cuán grande abominación es que, seyendo ellos columnas de la Iglesia, hagan obras peores que de soldados, pues les parecía muy abominable cosa que los soldados se vistiesen en hábito de cardenales. ¿Cómo no me decís nada de los obispos? ARCIDIANO ¿Qué queréis que os diga? Tractábanlos como a los otros. Deciros he lo que vi: que entre otros muchos hombres honrados que sacaban a vender a la plaza, llevaban los alemanes un obispo de su nación que no estaba en dos dedos de ser cardenal. LATANCIO ¿Qué? ¿A vender? ARCIDIANO ¡Qué maravilla! Y aun con ramo en la frente, como allá traen a vender las bestias; y, cuando no hallaban quién se los comprase, los jugaban a los dados. ¿Qué os parece desto? LATANCIO Mal, pero ya os digo que no se hizo sin misterio. Decidme: ¿cuál tenéis en más una ánima o un cuerpo? ARCIDIANO Una ánima, sin comparación. LATANCIO Pues ¿cuántas ánimas habréis vosotros vendido en este mundo? ARCIDIANO ¿Cómo es posible vender ánimas? LATANCIO ¿No habéis leído el Apocalipsi, que cuenta las ánimas entre las otras mercaderías? El que vende el obispado, el que vende el beneficio curado, aquel tal, ¿no vende las ánimas de sus súbditos? ARCIDIANO Decís muy gran verdad. Cierto, nunca me parecieron bien aquellas cosas, ni aquel dar beneficios a pensión, con condición que me rescatase a tanto por ciento, que es querer engañar a Dios. LATANCIO A la fe, querer engañar a sí. Pues desta manera, ¿cuántas ánimas habréis vos visto jugar a los dados? ARCIDIANO Infinitas. LATANCIO Pues veis aquí, de hoy más vendréis en conocimiento de vuestro error, y no os maravillaréis que aquellos soldados, que viven de robar, vendiesen los oficiales, pues vendíades los beneficios; ni los obispos, pues vendíades los obispados. Y es tanto más grave lo uno que lo otro, cuanto es más digna una ánima que un cuerpo. Antes les debéis de agradecer, pues no vendieron ningún cardenal. ARCIDIANO ¿No bastaba que los rescataban, y compusieron sus casas y todas cuantas había en Roma, que ninguna quedó libre? LATANCIO Vos no queréis acordaros de las bolsas que habéis descompuesto con vuestras composiciones. Pues no os maravilléis que descompongan agora las vuestras. ¿No habéis leído en el Apocalipsi: Reddite illi sicut et ipsa reddidit vobis, et duplicate duplitia secundun opera eius: in poculo quo miscuit vobis miscete illi duplum. Quantum glorificavit se in deliciis fuit, tantun date illi tormentum et luctum quia fortis est Deus qui iudicabit illam. ¿Qué os parece? A la fe, juicios son éstos de Dios. ARCIDIANO Las carnes me tiemblan en oíros. Pero decíme: ¿para qué o de qué sirve la perdición de tanto dinero? Que afirman montar el saco de Roma, con rescates y composiciones, más de quince millones de ducados. LATANCIO ¿A eso llamáis vos perdición? A la fe, dígole yo ganancia. ARCIDIANO ¿Cómo ganancia? LATANCIO Porque ha muchos años que todo el dinero de la cristiandad se iba y consumía en Roma, y agora tórnase a derramar. ARCIDIANO ¿De qué manera? LATANCIO El dinero que había de pleitos, de revueltas, de trampas, de beneficios, de pensiones, de espolios, de anatas, de espediciones, de bulas, de indulgencias, de confesionarios, de composiciones, de dispensaciones, de escomuniones, de anatematizaciones, de fulminaciones, de agravaciones, de reagravaciones y aun de canonizaciones y de otras semejantes exacciones, hanlo agora tomado los soldados, como labradores, para sembrarlo por toda la tierra. ARCIDIANO ¡Y qué negros labradores! Veamos, ¿de qué servía destruir aquella ciudad, de tal manera que no tornará a ser Roma de aquí a quinientos años? LATANCIO ¡Ya pluguiese a Dios!... ARCIDIANO ¿Qué? LATANCIO ¡Que Roma no tornase a tomar los vicios que tenía, ni en ella reinase más tan poca caridad y amor y temor de Dios! ARCIDIANO Pues el sacro Palacio, aquellas cámaras y salas pintadas, ¿qué merecían? Que era la mayor lástima del mundo verlas hechas estalas de caballos, y aun al fin todo quemado. LATANCIO Por cierto, sí. Mucha razón fuera que, padeciendo toda la ciudad, se salvase aquella parte donde todo el mal se consejaba. ARCIDIANO Pues la Iglesia del Príncipe de los Apóstoles, y todos los otros templos y iglesias y monesterios de Roma, ¿quién os podría contar cómo fueron tractados y saqueados? Que ni quedó en ellos oro, ni quedó plata, ni quedó otra cosa de valor que todo no fuese por aquellos soldados robado y destruido. ¿Y es posible que quiera Dios que sus propias iglesias sean ansí tractadas y saqueadas, y que las cosas a su servicio dedicadas sean ansí robadas? LATANCIO Mirad, señor, esa es una cosa tan fea y tan mala que a ninguno puede parecer sino mal; pero, si bien miráis en ello, hay en estas cosas a Dios dedicadas tanta superstición, y recibe la gente tanto engaño, que no me maravillo que Dios permita eso y mucho más, porque en estas cosas haya alguna moderación. Piensa el mercader, después que mal o bien ha allegado una infinidad de dineros, que todos cuantos males ha hecho, y aun hará, le serán perdonados si edificase una iglesia o un monesterio, o si diere una lámpara, o un cáliz o alguna otra cosa semejante a alguna iglesia o monesterio, y no solamente en esto se engaña, pareciéndole que hace por su servicio lo que las más veces se hace por un fausto o por una vana gloria mundana, como manifiestan las armas que cada uno pone en lo que da o en lo que edifica; mas, fiándose en esto, le parece que no ha más menester para vivir como cristiano, y seyendo éste un grandísimo error, no tienen vergüenza de admitirlo los que dello hacen su provecho, no mirando la injuria que en ello se hace a la religión cristiana. ARCIDIANO ¿Cómo injuria? LATANCIO ¿No os parece injuria, y muy grande, que lo que muchos gentiles, con sola la lumbre natural, alcanzaron de Dios, lo ignoremos agora los cristianos, enseñados por ese mismo Dios? Alcanzaron aquellos que no era verdadero servicio de Dios ofrecerle cosa que se pudiese corromper; alcanzaron que a una cosa incorpórea, como es Dios, no se había de ofrecer cosa que toviese cuerpo por principal oferta, ni por cosa a él mucho grata; dijeron que no sabía qué cosa era Dios el que pensaba que Dios se deleitaba de poseer lo que los buenos y sabios se precian de tener en poco, como son las joyas y riquezas, y agora los cristianos somos tan ciegos, que pensamos que nuestro Dios se sirve mucho con cosas corpóreas y corruptibles. ARCIDIANO Luego desa manera ¿queréis decir que no se hace servicio a Dios en edificar iglesias, ni en ofrecer cálices y otras cosas semejantes? LATANCIO No digo eso, antes digo que es bueno si se hace con buena intención, si se hace por la gloria de Dios y no por la nuestra; pero digo que no es eso lo principal; digo que más verdadero servicio hace a Dios el que le atavía su ánima con las virtudes que él mandó, para que venga a morar en ella, que no el que edifica una iglesia, aunque sea de oro y tan grande como la de Toledo, en que more Dios, teniéndole con vicios desterrado de su ánima, aunque su intención fuese la mejor del mundo. Y digo que es muy grande error pensar que se huelga Dios en que le ofrezca yo oro o plata si lo hago por ser alabado o por otra vana intención. Digo que se sirve más Dios en que aquello que damos a sus iglesias, que son templos muertos, lo demos a los pobres para remediar sus necesidades, pues nos consta que son templos vivos de Dios. ARCIDIANO Desa manera ni habría iglesias ni ornamentos para servir a Dios. LATANCIO ¿Cómo que no habría iglesias? Antes pienso yo que habría muchas más, pues habiendo muchos buenos cristianos, dondequiera que dos o tres estoviesen ayuntados en su nombre, sería una iglesia. Y allende desto, aunque los ruines no edificasen iglesias ni monesterios, ¿pensáis que faltarían buenos que lo hiciesen? Y veamos: este mundo, ¿qué es sino una muy hermosa iglesia donde mora Dios? ¿Qué es el sol, sino una hacha encendida que alumbra a los ministros de la Iglesia? ¿Qué es la luna, qué son las estrellas, sino candelas que arden en esta iglesia de Dios? ¿Queréis otra iglesia? Vos mismo. ¿No dice el Apóstol: Templum Dei sanctum est, quod estis vos? ¿Queréis candelas para que alumbren esta iglesia? Tenéis el espíritu, tenéis el entendimiento, tenéis la razón. ¿No os parece que son éstas gentiles candelas? ARCIDIANO Sí, pero eso nadi lo ve. LATANCIO Y vos, ¿habéis visto a Dios? Mirad, hermano, pues Dios es invisible, con cosas invisibles se quiere principalmente honrar. No se paga mucho ni se contenta Dios con oro ni plata, ni tiene necesidad de cosas semejantes, pues es Señor de todo. No quiere sino corazones. ¿Queréislo ver? Pues Dios es todopoderoso, si quisiese, ¿no podría hacer en un momento cient mil templos más suntuosos y más ricos quel templo de Salomón? ARCIDIANO Claro está. LATANCIO Luego ¿qué servicio le haréis vos en darle lo que él tiene, no queriéndole dar lo quél os pide? Veamos: si él se deleita con templos, si se deleita con oro, si se deleita con plata, ¿por qué no la toma toda para sí, pues es todo suyo? ARCIDIANO Quizá porque quiere que nosotros de nuestra voluntad se lo demos porque tengamos causa de merecer. LATANCIO ¿Cómo queréis vos merecer con dar a Dios lo que él menosprecia, si no le queréis dar lo que él os demanda? ARCIDIANO Luego ¿no querríades vos que hobiese estas iglesias que hay ni que toviesen ornamentos? LATANCIO ¿Cómo no? Antes digo que son necesarios; pero no querría que se hiciese por vana gloria; no querría que por honrar una iglesia de piedra dejemos de honrar la iglesia de Dios, que es nuestra ánima; no querría que por componer un altar dejásemos de socorrer un pobre, y que por componer retablos o imágines muertas dejemos desnudos los pobres, que son imágines vivas de Jesucristo. No querría que hiciésemos tanto fundamento donde no lo debríamos de hacer; no querría que diésemos a entender que se sirve Nuestro Señor Dios y se huelga en poseer lo que cualquiera sabio se precia de menospreciar. Decíme: ¿por qué menospreció Jesucristo todas las riquezas y bienes mundanos? ARCIDIANO Porque nosotros no las toviésemos en nada. LATANCIO ¿Pues por qué queremos darle como cosa a él muy preciosa y grata lo que sabemos que él menospreció y quiso que nosotros menospreciásemos, no teniendo cuidado de ofrecerle nuestras ánimas muy puras y limpias de todo vicio y pecado, siendo ésta la más preciosa y agradable cosa de cuantas le podemos ofrecer? ARCIDIANO No sé quién os enseñó a vos tantos argumentos, seyendo tan mozo. LATANCIO Pues mirad, señor: ha permitido agora Dios que roben sus iglesias por mostrarnos que no tiene en nada todo lo que se puede robar ni todo lo que se puede corromper, para que de aquí adelante le hagamos templos vivos primero que muertos, y le ofrezcamos corazones y voluntades primero que oro y plata, y le sirvamos con lo que él nos manda primero que con cosas semejantes. ARCIDIANO Vos me decís cosas que yo nunca oí. Pues que así es, decíme: ¿cómo y con qué le habemos de servir? LATANCIO Esa es otra materia aparte, de que hablaremos otro tiempo más de nuestro espacio. Agora proseguid adelante. ARCIDIANO Como mandáredes. ¿Qué me diréis, que los templos donde suele Dios ser servido y alabado se tornasen establos de caballos? ¡Qué cosa era de ver aquella iglesia de Sant Pedro de la una parte y de la otra toda llena de caballos! Aún en pensarlo se me rompe el corazón. LATANCIO Por cierto que eso a ningún bueno parecerá bien; pero muchas veces vemos que la necesidad hace cosas que por la ley son prohibidas, y que en tiempo de guerra esas y otras muy peores cosas se suelen hacer, de las cuales ternán culpa los que son causa de la guerra. ARCIDIANO ¡Gentil disculpa es ésa! LATANCIO ¿Por qué no? Y también, veamos: el que trae otra suciedad mayor que aquélla en lugar más sancto que aquél ¿no hace mayor abominación? ARCIDIANO Claro está. LATANCIO Pues decíme: si vos habéis leído la Sagrada Escritura, ¿en ella, no habéis hallado que Dios no mora en templos hechos por manos de hombres, y que cada hombre es templo donde mora Dios? ARCIDIANO Algunas veces. LATANCIO Pues ¿cuál será mayor maldad y abominación: hacer establo destos templos de piedra, donde dice el Apóstol que no mora Dios, o hacerlo de nuestras ánimas, que son verdaderos templos de Dios? ARCIDIANO Claro está que de las ánimas; pero eso, ¿cómo se podrá hacer? LATANCIO ¿Cómo? ¿A qué llamáis establo? ARCIDIANO A un lugar donde se aposentan las bestias. LATANCIO ¿A qué llamáis bestias? ARCIDIANO A los animales brutos y sin razón. LATANCIO Y a los vicios, ¿no los llamaríades brutos y sin razón? ARCIDIANO Sin duda, y aun muy peores que bestias. LATANCIO Luego desa manera, mayor abominación será traer en el ánima, que es verdadero templo donde mora Dios, los pecados, que son peores que bestias, que no los caballos en una iglesia de piedra. ARCIDIANO A mí así me parece. LATANCIO Pues ahí conoceréis cuán ciego teníades en Roma el entendimiento, que topando cada hora por las calles hombres que manifiestamente tenían las ánimas hechas establos de vicios, no lo teníades en nada, y porque vistes en tiempo de necesidad aposentar los caballos en la iglesia de Sanct Pedro, paréceos que es grande abominación y rómpeseos el corazón en pensarlo, y no se os rompía cuando veíades en Roma tanta multitud de ánimas llenas de tan feos y abominables pecados, y a Dios, que las hizo y redimió, desterrado dellas. ¡Por cierto, gentil religión es la vuestra! ARCIDIANO Tenéis razón. Pero mirad que lo que dijo Sanct Pablo que Dios no mora en templos hechos por manos de hombres se entiende en aquel tiempo que él lo decía, que sé que agora el Santísimo Sacramento en los templos mora. LATANCIO Decís verdad. Mas veamos: ¿vos no me habéis confesado que los vicios son peores que bestias? ARCIDIANO Y aun agora lo digo. LATANCIO Pues quien trae una manada de vicios a la iglesia, que son peores que bestias, ¿no es peor que el que trajese una manada de caballos? ARCIDIANO A mi parecer sí, pero esas bestias son invisibles. LATANCIO ¿Cómo? ¿Queréis decir que Dios no ve los vicios de los hombres? ARCIDIANO Dios bien los ve, mas los hombres no los ven, y los caballos todos los veíamos. LATANCIO Desa manera queréis decir que menor abominación es ofender a Dios que a los hombres, pues queréis escusar la ofensa que se hace a Dios en parecer ante él cargado de maldades, porque no lo ven los hombres. ¿Agraváis el aposentar los caballos en la iglesia en tiempo de necesidad porque son visibles a los hombres? Mirad, señor, no se ofende Dios con los malos olores de que se ofenden los hombres. El ánima en quien los vicios están arraigados, ésta es la que ofende a Dios, y por eso quiere él que esté muy limpia de vicios y de pecados, y muchas veces nos lo tiene así mandado. Pero vosotros tomáislo todo al revés; tenéis mucho cuidado en tener muy limpios estos templos materiales, y el verdadero templo de Dios, que es la vuestra ánima, tenéisla tan llena de vicios y abominables pecados, que ni ve a Dios ni sabe qué cosa es. ARCIDIANO Así Dios me salve que tenéis la mayor razón del mundo. Pero si viérades aquellos soldados cómo llevaban por las calles las pobres monjas, sacadas de los monesterios, y otras doncellas, sacadas de casa de sus padres, hobiérades la mayor compasión del mundo. LATANCIO Eso es tan común cosa entre soldados y gente de guerra, que seyendo a mi parecer muy más grave que todas esas otras juntas, no hacemos ya caso dello, como si no fuese peor violar una doncella, que es templo vivo donde mora Jesucristo, que no una iglesia de piedra o madera. Pero la culpa desto no tanto se debe de echar a los soldados cuanto a vosotros, que comenzastes y levantastes la guerra y fuistes causa que ellos hiciesen lo que han hecho. Verdaderamente, aunque ningún otro mal causase la guerra, por sólo esto la debíamos de dejar. ARCIDIANO Los registros de la Cámara apostólica, de bulas y suplicaciones, y los de los notarios y procesos quedan destruidos y quemados. LATANCIO Eso pienso yo que permitió Dios para que con ellos quemásemos todos los pleitos, porque es la mayor vergüenza del mundo que se traigan pleitos sobre beneficios eclesiásticos. Veamos: pues los beneficios se hicieron para los clérigos, y el primer carácter que el ánima del clérigo ha de tener es caridad, ¿cómo la terná andando en pleito con su prójimo? ARCIDIANO ¿Por qué no? LATANCIO Porque si la caridad toviese alguno de los pleiteantes, querría más perder el beneficio que estar en discordia con su prójimo. ARCIDIANO Eso sería perfición. LATANCIO Y aun ansí debrían de ser perfectos todos los clérigos. ARCIDIANO No alcanzan todos esa perfección. Y también, ¿de qué comerían tantos auditores, abogados, procuradores, copistas, si no hobiese pleitos? LATANCIO Sean sastres, aguaderos o melcocheros y no nos quiten la caridad cristiana. ARCIDIANO También es gentil caridad esa vuestra, que personas tan honradas tomen tan viles oficios. Pero veamos, ¿qué querríades hacer de los pleitos que están comenzados? LATANCIO Que se diese el beneficio al más idóneo de los pleiteantes, o que se quitase a entrambos y lo diesen a otro que mejor lo mereciese. ARCIDIANO Desa manera no habría justicia. LATANCIO Antes mucha más, porque se emplearían los beneficios en tales personas que hiciesen aquello para que fueron ordenados. ARCIDIANO ¿Y agora no se hace? LATANCIO No por cierto, porque los bienes de los beneficios son de los pobres, y vosotros, trayendo pleitos sobre ellos, gastáislos entre abogados y procuradores, y entre tanto los pobres mueren de hambre. ARCIDIANO Muchos hay que no los gastan en eso, y aun muchos que los gastan en cosas muy peores, como vos mismo podéis ser buen testigo. Y ¿quién queríades que determinase de la suficiencia entre los clérigos para darles o quitarles los beneficios? LATANCIO Cada obispo en su obispado, porque conocerían mejor las personas. ARCIDIANO Sí, pero hay muchos obispos que no tienen tantas letras ni juicio para sabello hacer. LATANCIO Y aun -¡mal pecado!-, aunque lo supiesen, no se querrían entremeter en ello, pero diputarían personas que lo hiciesen. ARCIDIANO ¿Queréis que os diga? A la fin, todo andaría por favor. LATANCIO No lo creáis, que hay muchos obispos sabios y de buena consciencia, y los otros tomarían ejemplo en éstos, y a la verdad, éste me parece agora el mejor remedio hasta que haya otra más entera reformación de la Iglesia. ARCIDIANO Y de los pleitos que había sobre cosas de seglares, ¿qué queríades hacer? LATANCIO Si fuese príncipe, o partiría la diferencia o lo daría todo al más hombre de bien. ARCIDIANO ¿No veis que pervertíades la justicia? LATANCIO ¿Queréis que os diga? Todas las cosas creó Dios para el servicio del hombre y da la administración dellas más a uno que a otro, para que las repartan con los que no tienen, y es justicia que las tenga el que mejor las sabe administrar. Lo demás, a mi ver, es manifiesta injusticia. ARCIDIANO Vos querríades, según eso, hacer un mundo de nuevo. LATANCIO Querría dejar en él lo bueno y quitar dél todo lo malo. ARCIDIANO Tal sea mi vida. Pero no podréis salir con tan grande empresa. LATANCIO Vívame a mí el Emperador don Carlos y veréis vos si saldré con ello. ARCIDIANO Esperad, que aún no lo habéis oído todo. Desde quel ejército del Emperador entró en Roma hasta que yo me salí, que fue a XII de junio, no se dijo misa en Roma, ni en todo aquel tiempo oímos sonar campana ni aun reloj. LATANCIO Los ruines poco iba en que oyesen misa, pues la oyen sin devoción, atención ni reverencia, y los buenos harán con el espíritu lo que no podrán hacer con el cuerpo. Pero veamos, ¿por qué los clérigos e frailes no decían misa? ARCIDIANO ¡Por Dios, que ésa es una gentil pregunta! ¿No os dije al principio que no había clérigo ni fraile que osase andar por Roma sino en este hábito de soldado como yo vengo? LATANCIO ¿Por qué? ARCIDIANO Porque cuando los alemanes veían un clérigo o fraile por las calles, luego andaban dando voces: ¡Papa, papa! ¡ammazza, ammazza! LATANCIO ¡Oh, válame Dios! Yo me acuerdo, cuando estaba en Roma, que traían por allí muchas profecías que decían desta persecución de los clérigos, y que había de ser en tiempo deste Emperador. ARCIDIANO Así es la verdad; mil veces las leíamos allí por nuestro pasatiempo. LATANCIO Pues ¿por qué no os emendábades? ARCIDIANO ¿Quién creyera que aquello había de ser verdad? LATANCIO Cualquiera que considerara bien las cosas de Roma. ARCIDIANO Ni más ni menos. Pues allende desto había tan gran hedor en las iglesias que no había quién pudiese entrar en ellas. LATANCIO ¿De qué? ARCIDIANO Habían los soldados abierto muchas sepulturas pensando hallar tesoro escondido en ellas, y como se quedaban descubiertas, hedían los cuerpos muertos. LATANCIO No era mucho que sufriérades aquel perfume en pago de los dineros que lleváis por enterrarlos. ARCIDIANO ¿Burláisos? LATANCIO No, por mi vida, sino que os digo la verdad. Que, pues los clérigos no tienen vergüenza de llevar tributo de los muertos, cosa que aun entre los gentiles era turpísima, tampoco habían de tener asco de entrar en las iglesias a rogar a Dios por ellos. ARCIDIANO Bien pensáis vos haber acabado; pues, como dicen, aún os queda lo peor por desollar, porque he querido guardar lo más grave para la postre. LATANCIO Ea, decid. ARCIDIANO No dejaron reliquias que no saquearon para tomar con sus sacrílegas manos la plata y el oro con que estaban cubiertas, que era la mayor abominación del mundo ver aquellos desuellacaras entrar en lugares donde los obispos, los cardenales, los sumos pontífices apenas osaban entrar, y sacar aquellas cabezas y brazos de apóstoles y de sanctos bienaventurados. Agora yo no sé qué fructo pueda venir a la cristiandad de una tan abominable osadía y desacatamiento. LATANCIO Recia cosa es ésa; mas decidme: después de tomada la plata y oro, ¿qué hacían de los huesos? ARCIDIANO Los alemanes algunos echaban en los cimiterios o en campo sancto; otros traían a casa del Príncipe de Orange y de otros capitanes; y los españoles, como gente más religiosa, todos los traían a casa de Joan de Urbina. LATANCIO ¿Así despojados? ARCIDIANO ¡Mira qué duda! Yo mismo vi una espuerta dellos en casa del mismo Joan de Urbina. LATANCIO Veamos ¿y eso tenéis vos por lo más grave? ARCIDIANO Claro está. LATANCIO Venid acá, ¿no vale más un cuerpo vivo que ciento muertos? ARCIDIANO Sí. LATANCIO Luego muy más grave fue la muerte de los cuatro mil hombres que decís que no el saco de las reliquias. ARCIDIANO ¿Por qué? LATANCIO Porque las reliquias son cuerpos muertos, y los hombres eran vivos, y me habéis confesado que vale más uno que ciento. ARCIDIANO Verdad decís, pero aquellos cuerpos eran sanctos, y estos otros no. LATANCIO Tanto peor; que las ánimas de los sanctos no sienten el mal tratamiento que se hace a sus cuerpos, porque están ya beatificados, y estotras sí, porque muriendo en pecado se van al infierno, y muere juntamente el ánima y el cuerpo. ARCIDIANO Así es, pero también es recia cosa que veamos en nuestros días una osadía y desacato tan grande. LATANCIO Decís muy gran verdad; mas mirad que no sin causa Dios ha permitido esto, por los engaños que se hacen con estas reliquias por sacar dinero de los simples, porque hallaréis muchas reliquias que os las mostrarán en dos o tres lugares. Si vais a Dura, en Alemaña, os mostrarán la cabeza de Santa Ana, madre de Nuestra Señora, y lo mismo os mostrarán en León de Francia. Claro está que lo uno o lo otro es mentira, si no quieren decir que Nuestra Señora tuvo dos madres o Santa Ana dos cabezas. Y seyendo mentira, ¿no es gran mal que quieran engañar la gente y tener en veneración un cuerpo muerto que quizá es de algún ahorcado? veamos: ¿cuál terníades por mayor inconveniente: que no se hallase el cuerpo de Santa Ana o que por él os hiciesen venerar el cuerpo de alguna mujer de por ahí? ARCIDIANO Más querría que ni aquél ni otro ninguno pareciese, que no que me hiciesen adorar un pecador en lugar de un santo. LATANCIO ¿No querríades más quel cuerpo de Santa Ana que, como dicen, está en Dura y en León, enterrasen en una sepultura, y nunca se mostrasen, que no que con el uno dellos engañasen tanta gente? ARCIDIANO Sí, por cierto. LATANCIO Pues desta manera hallaréis infinitas reliquias por el mundo y se perdería muy poco en que no las hobiese. Pluguiese a Dios que en ello se pusiese remedio. El prepucio de Nuestro Señor yo lo he visto en Roma y en Burgos, y también en Nuestra Señora de Anversia; y la cabeza de Sanct Joan Baptista, en Roma y en Amians de Francia. Pues apóstoles, si los quisiésemos contar, aunque no fueron sino doce y el uno no se halla y el otro está en las Indias, más hallaremos de veinte y cuatro en diversos lugares del mundo. Los clavos de la cruz escribe Eusebio que fueron tres, y el uno echó Santa Helena, madre del Emperador Constantino, en el mar Adriático para amansar la tempestad, y el otro hizo fundir en almete para su hijo, y del otro hizo un freno para su caballo; y agora hay uno en Roma, otro en Milán y otro en Colonia, y otro en París, y otro en León y otros infinitos. Pues de palo de la cruz dígoos de verdad que si todo lo que dicen que hay della en la cristiandad se juntase, bastaría para cargar una carreta. Dientes que mudaba Nuestro Señor cuando era niño pasan de quinientos los que hoy se muestran solamente en Francia. Pues leche de Nuestra Señora, cabellos de la Madalena, muelas de Sant Cristóbal, no tienen cuento. Y allende de la incertenidad que en esto hay, es una vergüenza muy grande ver lo que en algunas partes dan a entender a la gente. El otro día, en un monesterio muy antiguo me mostraron la tabla de las reliquias que tenían, y vi entre otras cosas que decía: «Un pedazo del torrente de Cedrón». Pregunté si era del agua o de las piedras de aquel arroyo lo que tenían; dijéronme que no me burlase de sus reliquias. Había otro capítulo que decía: «De la tierra donde apareció el ángel a los pastores», y no les osé preguntar qué entendían por aquello. Si os quisiese decir otras cosas más ridículas e impías que suelen decir que tienen, como del ala del ángel Sanct Gabriel, como de la penitencia de la Madalena, huelgo de la mula y del buey, de la sombra del bordón del señor Santiago, de las plumas del Espíritu Sancto, del jubón de la Trinidad y otras infinitas cosas a estas semejantes, sería para haceros morir de risa. Solamente os diré que pocos días ha que en una iglesia colegial me mostraron una costilla de Sanct Salvador. Si hubo otro Salvador, sino Jesucristo, y si él dejó acá alguna costilla o no, véanlo ellos. ARCIDIANO Eso, como decís, a la verdad, más es de reír que no de llorar. LATANCIO Tenéis razón. Pero vengo a las otras cosas que, siendo inciertas -y aunque sean ciertas-, son tropiezos para hacer al hombre idolatrar, y hácennoslas tener en tanta veneración, que aun en Aquisgrano hay no sé qué calzas viejas que diz que fueron de Sanct Joseph, no las muestran sino de cinco en cinco años y va infinita gente a verlas por una cosa divina. Y destas cosas hacemos tanto caso y las tenemos en tanta veneración, que si en una misma Iglesia están de una parte los zapatos de Sanct Cristóbal en una custodia de oro, y de otra el Sancto Sacramento, a cuya comparación todas cuantas reliquias son menos que nada, antes se va la gente a hacer oración delante de los zapatos que no ante el Sacramento; y seyendo ésta muy grande impiedad, no solamente no lo reprehenden los que lo debrían reprehender, pero admítenlo de buena gana por el provecho que sacan con muy finas granjerías que tienen inventadas para ello. Veamos, ¿cuál terníades por mayor inconveniente, que no hobiese reliquias en el mundo o que se engañase así la gente con ellas? ARCIDIANO No sé, no me quiero meter en esas honduras. LATANCIO ¿Cómo honduras? ¿Cuál tenéis en más el ánima de un simple o el cuerpo de un sancto? ARCIDIANO Claro está que una ánima vale mucho más. LATANCIO Pues ¿qué razón hay que por honrar un cuerpo que dicen sancto (y quizá es de algún ladrón) queráis vos poner en peligro tantas ánimas? ARCIDIANO Decís verdad, pero puédese dar bien a entender a los simples. LATANCIO Bien, pero muchas veces los que lo debrían dar a entender son los que no lo entienden, y allende desto ¿para qué queréis poner en peligro una ánima sin necesidad? Veamos, si quisiésedes en esta villa ir a Nuestra Señora del Prado y no supiésedes el camino, ¿no tendríades por muy grande inhumanidad si alguno os guiase por el río, con peligro de ahogaros en él, podiendo ir más presto y más seguro por la puente? ARCIDIANO Sí, por cierto. LATANCIO Pues así es eso otro. Vos ¿para qué queréis las reliquias? ARCIDIANO Porque muchas veces me ponen devoción. LATANCIO Y la devoción ¿para qué la queréis? ARCIDIANO Para salvar mi ánima. LATANCIO Pues podiéndola salvar sin peligro de perderla, ¿no tomaríades de mejor voluntad el camino más seguro? ARCIDIANO Sí, y aun dicen los confesores que es pecado ponerse a sabiendas en el peligro de pecar. LATANCIO Dicen muy gran verdad. ARCIDIANO Bien, pero ¿qué camino hay más seguro? LATANCIO El que mostró Jesucristo: amarlo a él sobre todas las cosas y poner en él solo toda vuestra esperanza. ARCIDIANO Decís verdad, mas porque yo no puedo hacer eso, quiero hacer esto otro. LATANCIO Grandísima herejía es ésa, decir que no podéis, a lo menos, pedir gracia para hacello, pues decís que la pedís y no se os da. Luego ¿mintiónos Dios cuando dijo: Petite et accipietis? Y también ¿qué ceguedad es ésa? ¿Pensáis vos que sin guardar los mandamientos de Dios iréis a Paraíso aunque tengáis un brazo de un sancto o un pedazo de la cruz, y aun toda ella entera en vuestra casa? Sois enemigo de la cruz, ¿y queréisos salvar con la cruz? ARCIDIANO Cierto, yo estaba engañado. LATANCIO Pues veis aquí: con tanta mayor razón se puede el vulgo quejar de los que les ponen en estas y en otras semejantes supersticiones con peligro de perder sus ánimas, que vos del que os guió por el río con peligro de ahogaros en él, cuanto el ánima es más digna que el cuerpo. ARCIDIANO Bien, pero el vulgo más fácilmente con cosas visibles se atrae y encamina a las invisibles. LATANCIO Decís verdad, y aun por eso nos dejó Jesucristo su cuerpo sacratísimo en el sacramento del altar; y teniendo esto, no sé yo para qué habemos menester otra cosa. ARCIDIANO Desa manera, ¿no querríades vos que se hiciese honra a las reliquias de los sanctos? LATANCIO Sí querría, por cierto; mas esta veneración querría que fuese con discreción y que se hiciese a aquellas que se toviesen por muy averiguadas, como por la Iglesia está ordenado; y estonces querría que se pusiesen en lugar muy honrado y que no se mostrasen al pueblo, sino que le diesen a entender cómo es todo nada en comparación del sanctísimo Sacramento que cada día ven y pueden recebir si quieren; y de esta manera aprendería la gente a amar a Dios y a poner en él toda la confianza de su salvación. ARCIDIANO Y las reliquias dudosas, ¿qué querríades hacer dellas? LATANCIO También ésas querría yo poner en un honesto lugar sin dar a entender que allí hobiese reliquias. ARCIDIANO Y las verdaderas ¿no querríades que estoviesen en sus custodias de plata o de oro? LATANCIO No, por cierto. ARCIDIANO ¿Por qué? LATANCIO Por no dar causa a que se les hiciese otro desacato como el que se les ha hecho agora en Roma, y por no dar a entender que los sanctos se huelgan de poseer lo que cualquiera bueno se precia de menospreciar. ARCIDIANO Bien decís, pero ¿no veis que los sanctos se enojarían si les quitásedes el oro y la plata en que sus huesos están encerrados, y podría ser que de enojo nos hiciesen algún mal? LATANCIO Antes tengo por cierto que se holgarían que les quitasen aquel oro y plata para socorrer gente necesitada, que muchas veces se pierde por no tener que comer. ARCIDIANO Eso no entiendo si no me lo declaráis más. LATANCIO Yo os lo diré. El sancto que, mientra vivía en este mundo y tenía necesidad de sus bienes, los dejó y repartió a los pobres por amor de Jesucristo, ¿no creéis vos que holgaría de hacer otro tanto después de muerto, cuando no los ha menester? ARCIDIANO Sí, por cierto; pues aun nosotros que no somos sanctos, cuando nos queremos morir, no podiendo llevar nuestros bienes con nosotros, holgamos de darlos a los pobres y repartirlos entre iglesias y monesterios. LATANCIO Pues decíme vos agora: ¿qué razón hay para que se presuma que le pesará a un sancto de hacer después de muerto lo que hizo mientra vivió? ARCIDIANO Ninguna; antes, a mi ver, se holgaría que haga alguno por amor dél lo que hiciera él si fuera vivo. LATANCIO Pues veis ahí; como todos los sanctos, mientra vivieron, holgaron de ayudar con sus bienes a los pobres, así holgarían ahora de ayudarles con aquella plata y oro que la buena gente les ha dado, después de muertos. ARCIDIANO Así Dios me salve que es muy buena razón, y creo que decís muy gran verdad, pero escandalizarse hía el vulgo. LATANCIO Yo os doy mi fe que no haría si se proveyese que gente supersticiosa, que tienen en más sus vientres que la gloria de Jesucristo, no los anduviesen escandalizando. ARCIDIANO Cuanto a eso, yo me doy por satisfecho. LATANCIO Pues vedes aquí cómo Nuestro Señor Jesucristo ha permitido que en Roma se haga tan gran desacato a las reliquias por remediar los engaños que con ellas se hacen. ARCIDIANO Bien está, yo os lo confieso; pero ¿qué me diréis del poco acatamiento que se tenía a las imágines? ¿Qué razón hay para que Dios permitiese esto? LATANCIO Yo os diré. No quiero negar que ello no fuese una grandísima maldad, pero habéis de saber que tampoco eso permitió Dios sin muy gran causa, porque ya el vulgo, y aun muchos de los principales, se embebecían tanto en imágines y cosas visibles, que no curaban de las invisibles, ni aun del sanctísimo Sacramento. En mi tierra, andando un hombre de bien, teólogo, visitando un obispado de parte del obispo, halló en una iglesia una imagen de Nuestra Señora que diz que hacía milagros en un altar frontero del sanctísimo Sacramento, y vio que cuantos entraban en la iglesia volvían las espaldas al sanctísimo Sacramento, a cuya comparación cuantas imágines hay en el mundo son menos que nada y se hincaban de rodillas ante aquella imagen de Nuestra Señora. El buen hombre, como vio la ignominia que allí se hacía a Jesucristo, tomó tan grande enojo, que quitó de allí la imagen y la hizo pedazos. El pueblo se comovió tanto de esto que lo quisieron matar, pero Dios lo escapó de sus manos. Los clérigos de la iglesia, indignados por haber perdido la renta que la imagen les daba, trabajaban con el pueblo que se fuesen a quejar al obispo, pensando que mandaría luego quemar al pobre visitador. El obispo, como persona sabia, entendida la cosa cómo pasaba, reprehendió al visitador del desacatamiento que hizo en romper la imagen, y loó mucho lo que había hecho en quitarla. Así que, pues no había en la cristiandad muchos tales visitadores que se doliesen de la honra de Dios y quitasen aquellas supersticiones, permitió que aquella gente hiciese los desacatos que decís para que, dejada la superstición, de tal manera de aquí adelante hagamos honra a las imágines que no deshonremos a Jesucristo. ARCIDIANO Por cierto, ésa es muy sancta consideración, y aun yo os prometo que hay muy grande necesidad de remedio, especialmente en Italia. LATANCIO Y aun también la hay acá, y si miráis bien en ello, los mismos engaños que recibe la gente con las reliquias, eso mismo recibe con las imágines. ARCIDIANO Decís muy gran verdad; mas no sé si os diga otra cosa, que aún en pensarlo me tiemblan las carnes. LATANCIO Decidlo, no hayáis miedo. ARCIDIANO ¿Queréis mayor abominación que hurtar la custodia del altar y echar en el suelo el sanctísimo Sacramento? ¿Es posible que de esto se pueda seguir ningún bien? ¡Oh cristianas orejas que tal oís! LATANCIO ¡Válame Dios! ¿Y eso, vísteslo vos? ARCIDIANO No, pero ansí lo decían todos. LATANCIO Lo que yo he oído decir es que un soldado tomó una custodia de oro y dejó el Sacramento en el altar, entre los corporales, y no lo echó en el suelo, como vos decís. Pero comoquiera que ello sea, es muy grande impiedad y atrevimiento, digno de muy recio castigo. Mas, a la verdad, no es cosa nueva, antes suele muchas veces acaecer entre gente de guerra, y dello tienen la culpa los que, sabiéndolo, quieren más la guerra que vivir en paz. Pero digo que nunca hobiese seído hecho, ¿paréceos ésa la mayor abominación que podía ser? Veamos: ¿no era mayor echarlo en un muladar? ARCIDIANO Mayor. LATANCIO Pues ¿cuántas veces lo habéis vos visto en Roma echar en el muladar? ARCIDIANO ¿Cómo en el muladar? LATANCIO Yo os lo diré. Decíme: ¿cuál hiede más a Dios: un perro muerto de los que echan en el muladar o una ánima obstinada en la suciedad del pecado? ARCIDIANO El ánima, porque dice Sanct Agustín que tolerabilius foetet canis putridus hominibus quam anima peccatrix Deo. LATANCIO Luego no me negaréis que no sea un pestífero muladar el ánima de un vicioso. ARCIDIANO No, por cierto. LATANCIO Pues el sacerdote que, levantándose de dormir con su manceba -no quiero decir peor-, se va a decir misa, el que tiene el beneficio habido por simonía, el que tiene el rancor pestilencial contra su prójimo, el que mal o bien anda allegando riquezas, y obstinado en estos y otros vicios, aun muy peores que éstos, se va cadaldía a recebir aquel sanctísimo Sacramento, ¿no os parece que aquello es echarlo peor que en un muy hediente muladar? ARCIDIANO Vos me habláis un nuevo lenguaje y no sé qué responderos. LATANCIO No me maravillo que la verdad os parezca nuevo lenguaje. Pues mirad, señor: ha permitido Dios que eso se hiciese o se dijese, porque viendo los clérigos cuán grande abominación es tractar así el cuerpo de Jesucristo, vengan en conocimiento de cómo lo tratan ellos muy peor y, apartándose de su mal vivir, limpien sus ánimas de los vicios y las ornen de virtudes para que venga en ellas a morar Jesucristo y no lo tengan, como lo tienen, desterrado. ARCIDIANO Así Dios me vala que vos me habéis muy bien satisfecho a todas mis dudas, y estoy muy maravillado de ver cuán ciegos estamos todos en estas cosas exteriores, sin tener respecto a las interiores. LATANCIO Tenéis muy gran razón de maravillaros, porque a la verdad es muy gran lástima de ver las falsas opiniones en que está puesto el vulgo y cuán lejos estamos todos de ser cristianos, y cuán contrarios son nuestras obras a la doctrina de Jesucristo, y cuán cargados estamos de supersticiones; y a mi ver todo procede de una pestilencial avaricia y de una pestífera ambición que reina agora entre cristianos mucho más que en ningún tiempo reinó. ¿Para qué pensáis vos que da el otro a entender que una imagen de madera va a sacar cautivos y que, cuando vuelve, vuelve toda sudando, sino para atraer el simple vulgo a que ofrescan a aquella imagen cosas de que él después se puede aprovechar? ¡Y no tiene temor de Dios de engañar así la gente! ¡Como si Nuestra Señora, para sacar un cativo, hobiese menester llevar consigo una imagen de madera! Y seyendo una cosa ridícula, créelo el vulgo por la auctoridad de los que lo dicen. Y desta manera os dan otros a entender que si hacéis decir tantas misas, con tantas candelas, a la segunda angustia hallaréis lo que perdiéredes o perdistes. ¡Pecador de mí! ¿No sabéis que en aquella superstición no puede dejar de entrevenir obra del diablo? Pues interveniendo, ¿no valdría más que perdiésedes cuanto tenéis en el mundo, antes que permitir que en cosa tan sancta se entremeta cosa tan perniciosa? En esta misma cuenta entran las nóminas que traéis al cuello para no morir en fuego ni en agua, ni a manos de enemigos, y encantos, o ensalmos que llama el vulgo, hechos a hombres y a bestias. No sé dónde nos ha venido tanta ceguedad en la cristiandad que casi habemos caído en una manera de gentilidad. El que quiere honrar un sancto, debría trabajar de seguir sus sanctas virtudes, y agora, en lugar desto, corremos toros en su día, allende de otras liviandades que se hacen, y decimos que tenemos por devoción de matar cuatro toros el día de Sanct Bartolomé, y si no se los matamos, habemos miedo que nos apedreará las viñas. ¿Qué mayor gentilidad queréis que ésta? ¿Qué se me da más tener por devoción matar cuatro toros el día de Sanct Bartolomé que de sacrificar cuatro toros a Sanct Bartolomé? No me parece mal que el vulgo se recree con correr toros; pero paréceme ques pernicioso que en ello piense hacer servicio a Dios o a sus sanctos, porque, a la verdad, de matar toros a sacrificar toros yo no sé que haya diferencia. ¿Queréis ver otra semejante gentilidad, no menos clara que ésta? Mirad cómo habemos repartido entre nuestros santos los oficios que tenían los dioses de los gentiles. En lugar de dios Mars, han sucedido Sanctiago y Sanct Jorge; en lugar de Neptuno, Sanct Elmo; en lugar de Baco, Sanct Martín; en lugar de Eolo, Sancta Bárbola; en lugar de Venus, la Madalena. El cargo de Esculapio habemos repartido entre muchos: Sanct Cosme y Sanct Damián tienen cargo de las enfermedades comunes; Sanct Roque y Sanct Sebastián, de la pestilencia; Sancta Lucía, de los ojos; Sancta Polonia, de los dientes; Sancta Águeda, de las tetas; y por otra parte, Sanct Antonio y Sanct Aloy, de las bestias; Sanct Simón y Judas, de los falsos testimonios; Sanct Blas, de los que esternudan. No sé yo de qué sirven estas invenciones y este repartir de oficios, sino para que del todo parezcamos ARCIDIANO ¿De dónde procede eso a vuestro parecer? LATANCIO No me metáis ahora en ese laberinto, a mi ver más peligroso quel de Creta. Dejemos algo para otro día. Y agora quiero que me digáis si a vuestro parecer he complido lo que al principio os prometí. ARCIDIANO Digo que lo habéis hecho tan cumplidamente, que doy por bien empleado cuanto en Roma perdí y cuantos trabajos he pasado en este camino, pues con ello he ganado un día tal como éste, en que me parece haber echado de mí una pestífera niebla de abominable ceguedad y cobrado la vista de los ojos de mi entendimiento, que desde que nací tenía perdida. LATANCIO Pues eso conocéis, dad ahora gracias a Dios por ello, y procurad de no serle ingrato, y pues vos quedáis satisfecho, razón será que me contéis lo que más en Roma pasó hasta vuestra partida. ARCIDIANO Eso haré yo de muy buena voluntad. Habéis de saber que, luego como el ejército entró en Roma, pusieron guardas al castillo porque ninguno pudiese salir ni entrar, y el Papa, conociendo el evidente peligro en que estaba y el poco respecto que aquellos soldados le tenían, determinó de hacer algún partido con los capitanes del Emperador, para lo cual mandó llamar a micer Joan Bartolomé de Gatinara, regente de Nápoles, y le dio ciertas condiciones con que era contento de rendirse para que de su parte las ofreciese a los capitanes del ejército; y aunque andando de una parte a otra, procurando este concierto, desde el castillo le pasaron un brazo con un arcabuz, a la fin, cinco días después quel ejército entró en Roma, la capitulación fue hecha y por entrambas partes firmada. Pero como en este medio el Papa tuviese nueva cómo el ejército de la liga lo venía a socorrer, no quiso que aquel concierto se ejecutase. LATANCIO Por cierto, eso me parece la más recia cosa de cuantas me habéis dicho. ¿No había padecido harta mala ventura la pobre de Roma por su causa, sin que quisiese acabar de destruirla? Si veniera el ejécito de la liga a socorrerla, claro está que habían de pelear con los nuestros y morir mucha gente de una parte y de otra; y si los nuestros vencían, el Papa y los que con él estaban quedaban en mayor peligro, y si los de la liga, Roma fuera de nuevo saqueada. ¿Cómo no fuera mejor tomar cualquier concierto que, habiendo visto tanto mal, ser causa de otras muertes de gentes y de nueva destrución? ARCIDIANO Por cierto vos tenéis mucha razón, que muy menor inconveniente fuera aceptar el concierto quel daño que de ser socorrido se podía seguir. Pues como el ejército del Emperador supo esto y que los enemigos venían, salieron al campo con ánimo de combatir; mas ellos no osaron pasar del Isola, donde estovieron algunos días, y el castillo siempre se tenía, con esperanza de ser socorrido o que entre los imperiales se levantaría alguna discordia, por faltarles su capitán general; y ellos en este medio no cesaban de hacer sus trincheas y minas para combatir el castillo, y aun en ellas fue herido de una escopeta el Príncipe de Orange-, a quien tenían por principal cabeza en el ejército. Allí vino el cardenal Colona, con los señores Vespasiano y Ascanio Colona y remediaron algo de los males que se hacían. Vino asimismo el Visorrey de Napóles y don Hugo de Moncada y el Marqués de Gasto y el señor Alarcón y otros muchos capitanes y caballeros con la gente del reino de Nápoles; y como en este medio no cesaban los tractos en el castillo, a la fin el Papa, sabido quel ejército de la liga se volvía, y viendo que no tenía esperanza de ser socorrido, acuerda de render el castillo en poder del Emperador con estas condiciones: que toda la gente que estaba dentro se fuesen libremente donde quisiesen, y que no tocasen a cosa alguna de lo que en el castillo estaba, y por el rescate de las personas y hacienda, el Papa prometía de dar cuatrocientos mil ducados para pagar la gente. LATANCIO ¿Cómo? ¿Y no les bastaba lo que habían robado? ARCIDIANO Sé que eso no entra en la cuenta de la paga. Y para seguridad desto el Papa les dio en rehenes aquella buena creatura de Joan Mateo Giberto, obispo de Verona, con otros tres obispos, y a Jacobo Salviati con otros dos mercaderes florentines; y allende desto prometió de dejar en poder del Emperador, hasta saber lo que su Majestad querría mandar, el dicho castillo de Sanct' Angel y Ostia y Civitá vieja con el puerto, y prometió también de dar las ciudades de Parma, Placencia y Módena; y Su Sanctidad, con los trece cardenales que estaban en el castillo, se iban al reino de Nápoles, para desde ahí venirse a ver con el Emperador. LATANCIO Por cierto que fue ése un buen medio para ordenar algún bien en la cristiandad. ARCIDIANO Sí; mas, para deciros la verdad, aunque quisieron ellos que esto así se dijese, porque parecía mal retener un Papa y Colegio de Cardenales contra su voluntad, digan lo que quisieren, que a la fin ellos estaban gentilmente presos. LATANCIO ¿No decís quél mismo de su voluntad se quiso ir a Nápoles? ARCIDIANO Sí, pero aquello fue de necesidad hacer virtud; mas pues él quiso estar tantos días esperando ser socorrido, ¿no os parece que, si en su voluntad estuviera, holgara más de estar en el ejército de la liga que donde está? LATANCIO No puedo negaros que no sea verisímile, pero ¿qué sabéis si después ha mudado esa voluntad? ARCIDIANO Por cierto yo no lo sé, ni aun lo creo, ni parece bien que la cabeza de la Iglesia esté desta manera. LATANCIO Veamos: quien podiese evitar algún mal, ¿no es obligado a hacerlo? ARCIDIANO ¿Quién duda? LATANCIO ¿No sería reprehensible el que diese causa a otro para hacer mal? ARCIDIANO Sería en la mesma culpa, porque qui causam damni dat, damnun dedisse videtur. LATANCIO Decís muy bien. Pues veis aquí: el Papa está de su voluntad o no; si está de su voluntad, no es sino bien que esté donde él quisiere, y si contra su voluntad, decidme: ¿para qué querría estar con el ejército de la liga? ARCIDIANO Claro está que para vengarse de la afrenta y daño que ha recebido. LATANCIO Y veamos: ¿qué se seguiría? ARCIDIANO ¿Qué se podría seguir sino mucha discordia, guerra, muertes y daños en toda la cristiandad? LATANCIO Pues para evitar esos males tan evidentes, ¿no os parece que está mejor en poder del Emperador que en otra parte, aunque estoviese contra su voluntad, conforme a lo que hoy decíamos del hijo que tiene a su padre atado? Y si el Emperador le dejase ir donde él quisiese, ¿no se le imputarían a él los males que de allí se siguiesen, pues daría él la causa para ello? ARCIDIANO Yo lo confieso, pero ¿qué dirán todos, grandes y pequeños, sino quel Emperador tiene al Papa y a los cardenales presos? LATANCIO Eso dirán los necios, a cuyos falsos juicios sería imposible satisfacer; que los prudentes y sabios, conociendo convenir al bien de la cristiandad que el Papa esté en poder del Emperador, tenerlo han por muy bien hecho, y loarán la virtud y prudencia de su Majestad, y aun serle ha la cristiandad en perpetua obligación. ARCIDIANO Cuanto por lo mío, yo holgaré que esté do quisiéredes con que me den acá la posesión de mis beneficios. Pero no sé si miráis en una cosa: que estáis descomulgados. LATANCIO ¿Por qué? ARCIDIANO Porque tomastes y tenéis contra su voluntad el supremo Pastor de la Iglesia. LATANCIO Mirad, señor, aquel está descomulgado que con mala intención no quiere obedecer a la Iglesia; mas el que por el bien público de la cristiandad detiene al Papa y no le quiere soltar por evitar los daños que de soltarle se seguirían, creedme vos a mí que no solamente no está descomulgado, pero que merece mucho cerca de Dios. ARCIDIANO Cosa es ésa harto verisímile, mas no sé yo si nuestros canonistas os la querrán conceder. LATANCIO El canonista que no lo querrá conceder mostrará no tener juicio. ARCIDIANO Yo así lo creo; allá se avengan. De una cosa tuve muy gran despecho: quel Papa luego perdonó a toda la gente de guerra cuantas cosas habían hecho. LATANCIO ¿Por qué os pesó? ARCIDIANO Porque ellos quedan ricos y perdonados, y nosotros llorando nuestros duelos. LATANCIO ¿Vos creéis que vale aquel perdón? Así hizo con los coloneses, perdonólos y después destruyólos. ¡Gentil manera de perdonar! ARCIDIANO No sé qué me crea, sino que ellos quedan absueltos de las ánimas y cargadas las bolsas. LATANCIO Pues ¿por qué no reclamábades? ARCIDIANO A eso nos andábamos. ¡Para dejar la pelleja con la hacienda! Las cosas estaban de tal manera, que hecho y por hacer les perdonaran. ¡Si viérades al Papa como yo le vi! LATANCIO ¿Dónde? ARCIDIANO En el castillo. LATANCIO ¿A qué íbades allí? ARCIDIANO Vacaron ciertos beneficios en mi tierra, por muerte de un mi vecino, y fuilos a demandar. LATANCIO Demasiada cobdicia era ésa. ¿No habíades mala vergüenza de ir a importunar con demandas en tal tiempo? ARCIDIANO No, por cierto, que hombre vergonzoso el diablo lo trajo a palacio; y también había muchos que los demandaban, y quise más prevenir que ser prevenido. LATANCIO Agora os digo que es terrible la cobdicia de los clérigos. ¿Y qué? ¿También había otros que los demandaban? ARCIDIANO ¡Mirad qué duda! ¿Y para qué pensáis vos que vamos nosotros a Roma? LATANCIO Yo pensé que por devoción. ARCIDIANO ¡Sí, por cierto! En mi vida estuve menos devoto. LATANCIO Ni aun menos cristiano. ARCIDIANO Sea como mandáredes. LATANCIO Yo os doy mi fe que si yo fuera Papa, vos no llevárades los beneficios sólo porque madrugastes tanto y después de tan gran persecución no habíades dejado la cobdicia. ARCIDIANO Y aun por eso es Dios bueno, que no lo érades vos, sino Clemente Séptimo, que me los dio luego de muy buena gana, aunque iba en hábito de soldado como vedes. LATANCIO Yo os prometo que esa fue demasiada clemencia. Ea, decíme, ¿cómo lo hallastes? ARCIDIANO Hallélo a él y a todos los cardenales y a otras personas que con él estaban tan tristes y desconsolados, que en verlos se me saltaban las lágrimas de los ojos. ¡Quién lo vido ir en su triunfo con tantos cardenales, obispos y protonotarios a pie, y a él llevarlo en una silla sentado sobre los hombros dándonos a todos la bendición, que parecía una cosa divina; y agora verlo solo, triste, afligido y desconsolado, metido en un castillo, y sobre todo en manos de sus enemigos! Y allende desto ¡ver los obispos y personas eclesiásticas que iban a verlo, todos en hábito de legos y de soldados, y que en Roma, cabeza de la Iglesia, no hobiese hombre que osase andar en hábito eclesiástico! ¡No sé yo qué corazón hay tan duro que, oyendo esto, no se moviese a compasión! LATANCIO ¡Oh inmenso Dios, cuán profundos son tus juicios! ¡Con cuánta clemencia nos sufres, con cuánta bondad nos llamas, con cuánta paciencia nos esperas, hasta que nosotros, con la continuación de nuestros pecados, provocamos contra nosotros mismos el rigor de tu justicia! Y pues ansí en lo uno como en lo otro nos muestras tu misericordia y bondad infinita, por todo, Señor, te damos infinitas gracias, conociendo que no lo haces sino para mayor mérito nuestro. ¡Quién vido aquella majestad de aquella corte romana, tantos cardenales, tantos obispos, tantos canónigos, tantos protonotarios, tantos abades, deanes y arcidianos; tantos cubicularios, unos ordinarios y otros extraordinarios; tantos auditores, unos de la cámara y otros de la Rota; tantos secretarios, tantos escritores, unos de Bulas y otros de Breves; tantos abreviadores, tantos abogados, copistas y procuradores, y otros mil géneros de oficios y oficiales que había en aquella corte! ¡Y verlos todos venir con aquella pompa y triunfo a aquel palacio! ¿Quién dijera que habíamos de haber una tan súbita mudanza como la que agora he oído? Verdaderamente, grandes son los juicios de Dios. Agora conozco que con el rigor de la pena recompensa la tardanza del castigo. ARCIDIANO Pues ¡si viérades aquellos cardenales despedir sus familias y quedarse solos por no haberles quedado qué darles de comer! LATANCIO De una cosa me consuelo: que, a lo menos, mientras esto les turare, parecerán más al vivo lo que representan. ARCIDIANO ¿Qué? LATANCIO A Jesucristo con sus apóstoles. ARCIDIANO Decís verdad; mas en ese caso más querrían parecer al papa Julio con sus triunfos. Decíme: ¿cómo ha tomado el Emperador lo que en Roma se ha hecho contra la Iglesia? LATANCIO Yo os diré. Cuando vino nueva cierta de los males que se habían hecho en Roma, el Emperador, mostrando el sentimiento que era razón, mandó cesar las fiestas que se hacían por el nascimiento del príncipe don Felipe. ARCIDIANO ¿Creéis que le ha pesado de lo que se ha hecho? LATANCIO ¿Qué os parece a vos? ARCIDIANO Cierto, yo no lo sabría bien juzgar, porque de una parte veo cosas por donde le debe pesar y de otra por donde le debe placer, y por eso os lo pregunto. LATANCIO Yo os lo diré. El Emperador es muy de veras buen cristiano y tiene todas sus cosas tan encomendadas y puestas en las manos de Dios, que todo lo toma por lo mejor, y de aquí procede que ni en la prosperidad le vemos alegrarse demasiadamente ni en la adversidad entristecerse, de manera que en el semblante no se puede bien juzgar dél cosa ninguna; mas, a lo que yo creo, tampoco dejará de conformarse con la voluntad de Dios en esto como en todas las otras cosas. ARCIDIANO Tal sea mi vida. ¿Qué os parece que agora su Majestad querrá hacer en una cosa de tanta importancia como ésta? A la fe, menester ha muy buen consejo, porque si él desta vez reforma la Iglesia, pues todos ya conocen cuánto es menester, allende del servicio que hará a Dios, alcanzará en este mundo la mayor fama y gloria que nunca príncipe alcanzó, y decirse ha hasta la fin del mundo que Jesucristo formó la Iglesia y el Emperador Carlo Quinto la restauró. Y si esto no hace, aunque lo hecho haya seído sin su voluntad y él haya tenido y tenga la mejor intención del mundo, no se podrá escusar que no quede muy mal concepto dél en los ánimos de la gente, y no sé lo que se dirá después de sus días, ni la cuenta que dará a Dios de haber dejado y no saber usar de una tan grande oportunidad como agora tiene para hacer a Dios un servicio muy señalado y un incomparable bien a toda la república cristiana. LATANCIO El Emperador, como os tengo dicho, es muy buen cristiano y prudente, y tiene personas muy sabias en su consejo. Yo espero quél lo proveerá todo a gloria de Dios y a bien de la cristiandad. Mas, pues me lo preguntáis, no quiero dejar de deciros mi parecer, y es que cuanto a lo primero, el Emperador debría... PORTERO Mirad, señores, la iglesia no se hizo para parlar, sino para rezar. Salíos afuera, si mandardes, que quiero cerrar la puerta. LATANCIO Bien, padre, que luego vamos. PORTERO Si no queréis salir, dejaros he encerrados. ARCIDIANO Gentil cortesía sería ésa, a lo menos no os lo manda así Sanct Francisco. PORTERO No me curo de lo que manda Sanct Francisco. LATANCIO Bien lo creo. Vamos, señor, que tiempo habrá para acabar lo que queda. ARCIDIANO Holgara cosa estraña de oíros lo que comenzastes; mas, pues así es, vamos con Dios, con condición que nos tornemos a juntar aquí mañana. LATANCIO Mas vamos a Sanct Benito, porque este fraile no nos torne a echar otra vez. ARCIDIANO Bien decís; sea como mandáredes. FINIS

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